Domingo, 13 de julio de 2014
 
¿Qué clase de terreno soy?

¿Qué clase de terreno soy?

Fray Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- Cuando han pasado ya dos mil años de la siembra del evangelio y se sigue sembrando incansablemente por todo el mundo la Palabra de Dios y constatamos la civilización del amor tan pregonada por los últimos papas, nos preguntamos qué ha pasado hasta el momento. Sin duda, que queda mucho camino por andar para ver una verdadera liberación a todos los niveles: personal, familiar, social y mundial. La parábola del evangelio de hoy nos puede dar una respuesta al respecto.
El profeta Isaías, de quien está tomada la primera lectura de este domingo, ilumina también nuestra reflexión: “La palabra sale de mi boca y no vuelve a mí estéril”. Nunca sabremos el fruto de la siembra del evangelio, pues cada cual puede rechazar la palabra de Dios, pero al mismo tiempo, el germen de la gracia de la divina palabra puede ser acogida en cualquier momento de la vida. Por ello, debemos seguir predicando, pues siempre algo quedará de la palabra anunciada.
El evangelio de este domingo está tomado de Mateo 13,1-23 y nos relata la parábola del sembrador, tan conocida por los cristianos. Llama la atención la forma de sembrar. Se podría decir que si la semilla cae en mal terreno, la culpa la tiene el sembrador. Pareciera que el sembrador es una persona inexperta en el arte de sembrar. Pero no es así.
Un gran biblista Joachin Jeremías nos dice: “Es curioso que el sembrador siembre tan desmañadamente que mucho se pierda; había que esperar que se nos describiese el caso normal de la siembra. Eso es lo que en realidad sucede; se entiende cuando uno sabe cómo se siembra en Palestina, a saber, antes de labrar. Así se comprende por qué siembra sobre el camino: intencionadamente siembra el sendero que los del pueblo han ido haciendo en el rastrojo, ya que ha de desaparecer al labrarlo. A propósito siembra entre las espinas que, marchitas, están en terreno baldío, pues también serán labradas. Y que los granos de la semilla caigan, sobre tierra rocosa no nos debe sorprender: las rocas calcáreas están cubiertas de una ligera capa de tierra de labor y apenas destacan, o no destacan en el rastrojo, hasta que la reja del arado choca contra ellas crujiendo. Lo que a un occidental le puede parecer poca maña, es lo normal en las condiciones de Palestina”.
Es Jesús el que hace la explicación de la parábola y nos aclara el significado de la misma, haciéndonos comprender que el mal no está en el sembrador ni en la semilla. La semilla no produce automáticamente. La semilla no produce por igual el fruto; si cae en el camino o entre los espinos o entre las piedras, producirá menos que si cae en tierra buena. Aun la semilla que cae en tierra buena, dependerá el fruto si está bien abonada la tierra.
Dios ha sembrado en cada uno de nosotros la semilla de la palabra con la misma ilusión que un campesino siembra su semilla en el campo. La semilla de la palabra sembrada por Dios siempre es eficaz y salvadora. Pero no por parte nuestra, pues muchas veces no respondemos por falta de buena voluntad. Es que toda persona tiene el gran privilegio de ser libre, decir sí a Dios y también decirle no.
Dicen que el infierno está lleno de buenos propósitos y es que no basta la buena voluntad. La semilla que cae en el camino y se la llevan los pájaros, dice Jesús que es la palabra que hemos oído con buena voluntad, pero viene el diablo y nos la arrebata. La que cae entre rocas es una palabra que no llega a echar raíces por lo superficiales que son y ante cualquier dificultad dejan de producir frutos. La semilla que cae entre espinas, es la palabra que se ahoga con las seducciones de las riquezas y las otras preocupaciones de la vida.
La parábola advierte a todos los seguidores de Jesús que el demonio puede robarnos la semilla de la palabra de Dios que hemos escuchado. Esto nos puede suceder fácilmente a todos pues estamos viviendo en un mundo de mucha actividad, con numerosas proposiciones malignas y también en un ambiente de confusiones.
San Pablo nos exhorta a seguir creciendo en la vida cristiana. Según lo que Jesús nos ha dicho, cada cristiano es el campo en el que puede suceder una historia de fecundidad o de esterilidad. Por ello debemos preguntarnos sinceramente, ¿por qué la Palabra no produce mejores frutos en nosotros?