Lunes, 14 de julio de 2014
 

A TI, JOVEN CAMPESINO

Cuatro sillas vacías… y una plaza vacante de misionera

Cuatro sillas vacías… y una plaza vacante de misionera

P. Pedro Rentería Guardo .- Parece que, últimamente, más allá de lo vivido en vuestro hogar-internado –queridos chicos que motiváis siempre esta columna–, estamos experimentando otras situaciones, en ocasiones dramáticas.


Me estoy refiriendo, como seguro ya estáis suponiendo, al grave accidente que sufrieron nuestros seminaristas del “San Cristóbal”, el pasado 18 de junio. Algunos de vosotros llegasteis a conocer a Francisco y Juan Miguel que, desgraciadamente, fallecieron. También a Óscar y Rodrigo que, gracias a Dios, se recuperan poco a poco.


Nos consuela que nuestro quinto seminarista, Cliver, se viera libre de tal tragedia. Precisamente, el día que tuve que ponerle el examen final de la asignatura que impartí en el primer semestre, hubo algo que comenté con él…


- ¿Has visto, Cliver, el aspecto de nuestra aula? Nos han quedado cuatro sillas vacías… Son todo un recuerdo de nuestros amigos. Ellos tendrían que estar ahora aquí desarrollando su examen.


Por respuesta, Cliver esbozó una mirada nostálgica a los lugares vacíos de sus compañeros. Y con los recuerdos tristes a flor de piel, ambos continuamos la necesaria tarea.


A los diez días, el 28 de junio, falleció en Santa Cruz quien fue el alma y motor de vuestro Centro de Formación Integral Rural VERA, la misionera Gabriela Valencia, perteneciente al Instituto Secular Católico “Cruzada Evangélica”. Los más veteranos de vosotros conocisteis el carácter animoso, el gran empuje, que tenía aquella buena mujer. Dicen que nada fue obstáculo para su empeño en la evangelización y promoción de nuestras gentes. Ese título de misionera es el mejor que le podemos aplicar, sin duda.


Han sido jornadas duras y difíciles para quienes teníamos relación con los seminaristas o con las obras y proyectos de la Familia “Cruzada Evangélica”.


Queremos agradecer a nuestro Arzobispo, Mons. Jesús Juárez, que en toda ocasión ha sabido dar su toque de armonía y serenidad con las palabras vertidas en tan complejos momentos. Y un aspecto muy importante que subrayó fue la necesidad del arduo trabajo vocacional, en el que ya estamos inmersos, para conseguir jóvenes generosos, chicas y chicos, que quieran seguir los pasos de Francisco, Juan Miguel y Gabriela.


Que quieran ocupar las sillas vacías en el Seminario y la plaza vacante de misionera en el Instituto.


La muerte siempre nos deja perplejos. Nos asusta y nos encuentra desprevenidos. No han faltado voces en estas semanas, voces de sensatos educadores, que han manifestado lo mucho y bien que formamos a los niños, adolescentes y jóvenes para la vida, para desarrollar un trabajo profesional, para formar una familia, para disfrutar del tiempo libre. Para forjar una especial consagración de entrega a los demás desde el sacerdocio o la vida religiosa.


Pero, igualmente, se han preguntado, queridos changuitos: ¿quién os habla de la muerte?, ¿quién os la presenta como una continuación natural de la vida?, ¿quién os la despoja de sus tintes negros y fatídicos?... ¿Quién os la envuelve con el manto amable de la esperanza, manifestando su Fe –Fe profunda– en el encuentro con ese Papá-Dios, tan lleno de ternura y misericordia?


¿Quién os dice que en ella, en la muerte, encontraremos respuestas y razones para tantos interrogantes y misterios que nos rodean?


Debo ir terminando este artículo. Lo hago compartiendo con vosotros y con los lectores, un sentimiento, una confidencia. No sólo mía sino también de los compañeros sacerdotes formadores de este Seminario, ante la muerte de nuestros seminaristas. Cada rincón, cada esquina de este gran edificio nos recuerda a Francisco y Juan Miguel. Los tiempos de oración en el oratorio, las clases que impartimos, los encuentros en almuerzos y cenas, las conversaciones más personales, los mil comentarios jocosos, chistosos, por estos largos pasillos, la Eucaristía diaria en la Capilla General. Mil manifestaciones de unos muchachos, de unos jóvenes normales, que de verdad sentían el llamado del Señor.


La invitación y el desafío se hacen urgentes: necesitamos otros jóvenes, chicas y chicos, dispuestos a cumplir un sueño. El sueño de la entrega y la generosidad sin límites. El sueño vivido por el Maestro, Jesús de Nazaret, y que fue semilla de un mundo nuevo, fraterno y reconciliado.


¿Quiénes ocuparán cuatro sillas vacías y una plaza vacante de misionera?