EDITORIAL
La Paz y sus nuevos desafíos
La Paz y sus nuevos desafíos
Es de esperar que quienes hoy se esmeran por liberar a La Paz de su dependencia del erario nacional tengan el mayor de los éxitos
Un 16 de julio de 1809, un día como hoy hace 205 años, una insurrección derrocó en La Paz al gobierno local, que ya no tenía a quién representar debido al vacío de poder en que quedó España como consecuencia de la invasión de las tropas napoleónicas.
Actualmente, más de dos siglos después, todavía son muchas las dudas que no han sido totalmente despejadas sobre cómo se produjeron esos acontecimientos. Sin embargo, y a pesar de ello, la importancia de lo que ocurrió ese día, poco después del primer grito libertario en Chuquisaca, está fuera de toda duda. Lo cierto es que la rebelión paceña tuvo una trascendencia muy especial, pues era también especial el peso económico que La Paz ya tenía en aquel entonces en el contexto sudamericano.
Fue por su especial ubicación geográfica, por ser el punto más apropiado para unir a los territorios del Alto Perú con el océano Pacífico y por consiguiente con todas las influencias intelectuales, culturales, políticas y económicas que llegaban por esa vía, que desde muy temprano La Paz se constituyó en un centro de irradiación de los movimientos independentistas, liberales y modernizadores en los que se inspiraron los protomártires del 16 de julio.
Fueron esos mismos factores los que, una vez lograda la independencia, hicieron que La Paz y sus habitantes –paceños y no paceños— asumieran un papel preponderante en la conducción de nuestro país. El liderazgo paceño, sólidamente fundado en el poder económico, fue reforzado hace algo más de 100 años y a lo largo de todo el siglo XX con la concentración del poder político, y esa combinación imprimió un indeleble sello a la estructura económica, política y social de nuestro país.
Ahora, dos siglos después, otros desafíos no menos importantes se presentan a la ciudad que aunque ya dejó de ser el principal centro de actividad económica de nuestro país, sigue siendo, y cada vez más marcadamente, el centro político y administrativo.
Es en la falta de correspondencia entre lo político y lo económico donde el incierto futuro de La Paz se presenta como un desafío para sus nuevas generaciones, porque la actividad productiva paceña sufre un estancamiento, cuando no un retroceso, mientras su población no deja de crecer.
Y si desde el punto de vista cuantitativo el panorama es poco alentador, desde el cualitativo lo es menos aún. Es que los sectores que se mantienen más activos de la economía paceña no son los productivos sino los ligados a los servicios y a la administración pública. Es decir, la dependencia relativa de La Paz de las actividades que se generan alrededor del centralismo político tiende a crecer, lo que va en directa contraposición con las vigorosas corrientes autonomistas.
En esas circunstancias, y como ha sido una constante durante los últimos dos siglos, de la manera cómo La Paz afronte y resuelva sus propios desafíos depende, y en gran medida, la suerte de toda Bolivia.
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