COLUMNA VERTEBRAL
Elecciones, la palabra es polarización
Elecciones, la palabra es polarización
Carlos D. Mesa Gisbert.- Entre 1979 y 2002, el tiempo de la recuperación de la democracia y el ejercicio de ésta por primera vez de manera plena en nuestra historia, lo que vivimos fue un sistema electoral pluripartidista con una creciente tendencia a la fragmentación. En 1979 los dos primeros candidatos obtuvieron un 36% de los votos cada uno.
El punto más alto de esa etapa lo consiguió Siles Zuazo en 1980 con el 39%. La tendencia descendente fue, salvo una excepción, bastante clara. En 1985, Banzer Logró el 33% de los votos. En 1989, Sánchez de Lozada obtuvo el 26%. En 1993, Sánchez de Lozada logró el 36% de los votos. En 1997, Banzer logró el 22% de los votos y, finalmente, en 2002, Sánchez de Lozada consiguió el 22% de votos. Esa lógica, la del pluripartidismo y la progresiva atomización del voto hasta llegar en las dos últimas elecciones a una realidad dramática -el ganador no consiguió el respaldo ni siquiera de un tercio del electorado-, anunciaba ya en el 97 la crisis que lamentablemente se resolvió por la violencia en 2003.
La elección de 2005 establece la vuelta del péndulo a la hegemonía de partido. Morales logró concentrar el voto, algo muy parecido a lo que hizo el MNR entre 1956 y 1964, con la diferencia de que el ejercicio del fraude era mucho mayor en tiempos del MNR que en tiempos del MAS, no por voluntad de transparencia del interesado, sino por los mecanismos de control ajustados en la Corte Electoral a partir de los años noventa del siglo pasado. La concentración de voto refleja una tendencia del electorado que apostó por un proyecto histórico y sus promesas de cambio. Ese impulso, sumado al hundimiento del sistema de partidos, abrió un nuevo momento político que mostró un escenario de partido único enfrentado a coaliciones frágiles, cuyo déficit básico era la carencia de un programa que sedujera realmente a un electorado encandilado por el carácter transformador de Morales.
Esa ilusión y ese vacío permitieron la construcción de un liderazgo unipersonal no exento de una fuerte carga autoritaria, pero anclado en una base popular real. El paso de los años no debilitó ese liderazgo, lo fortaleció bajo el paraguas del culto a la personalidad y de una carga simbólica de gran profundidad en las raíces del país, una de cuyas mitades es de origen indígena. El Presidente y su partido construyeron la hegemonía, creen en ella y apuestan por quedarse indefinidamente en el poder.
Todas estas razones marcan la línea contraria a la atomización. Morales es, por definición, un candidato polarizador. Sea por mérito propio, sea por gravedad del voto, lo que veremos en octubre es una elección entre dos candidatos que disputarán algo más del 85% de los votos validos. El resto será para los candidatos pequeños y para los votos blancos y nulos. En 2005 Morales obtuvo el 54% de los votos y Quiroga el 29%, entre los dos sumaron el 83%. En 2009 Morales logró el 64% y Reyes Villa el 26%, ambos sumados alcanzaron el 90% de los sufragios válidos.
No hay ninguna razón para presumir que por arte de magia el candidato polarizador va a tener como respuesta dos o tres candidatos que fragmenten el voto de la oposición, básicamente porque esa no es una decisión que los candidatos puedan forzar. El electorado está inmerso en esa polarización, lo que lo conducirá a escoger a uno de entre los cuatro contendores de Morales como lo hizo en las dos elecciones anteriores e, independientemente de los programas y los candidatos a senadores y diputados, se alineará detrás del Presidente o detrás de quien crea que tiene mejores posibilidades de enfrentarlo e eventualmente ganarlo.
La obsesión enfermiza de que la unidad de la oposición evita la atomización no es correcta. Sin duda, la ilusión imposible de un solo candidato opositor mejora sus oportunidades, pero que en esta elección hayan sólo cinco candidatos es un dato extraordinario de racionalidad, no sólo comparando con los dieciocho candidatos del 85, sino con los ocho del 2005 y los ocho del 2009.
Al candidato que obtenga el tercer lugar, en el mejor de los casos le espera un rango de votos de entre el 7% y el 9%, y en el peor de entre el 3% y el 5%, los otros dos serán simplemente convidados de piedra y me sorprendería que obtuvieran alguna representación parlamentaria.
La conclusión evidente es que aquel que consiga el favor de los electores de la oposición tiene como punto razonable de partida entre el 25% y el 30% de los votos y su meta debe ser sumar los puntos necesarios para ganar desde esa base, o cuando menos forzar a una segunda vuelta. Es poco probable que el Presidente repita la elección del 2009 y aún es difícil que esté en el rango del 54% del 2005, pero es claro que está hoy mucho más cerca del 50% que la oposición.
Polarización es la palabra. No creo que esa realidad cambie de hoy a octubre.
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