DÁRSENA DE PAPEL
La moral del fútbol
La moral del fútbol
Oscar Díaz Arnau.- En fútbol, la medida de lo bueno y de lo malo no es la misma que la que existe fuera de él. Por eso desde el exterior cuesta digerir la burla de unos contra otros allí dentro, más aún si se desconoce que, a esta altura del campeonato, el escarnio forma parte del juego.
Los advenedizos que lo siguen cada cuatro años deben saber que este deporte no está encorsetado al rectángulo verde con líneas blancas y 22 individuos tratando de hacer equipo… El que no entiende de fútbol, difícilmente entenderá lo que pasa alrededor de él.
La moral, en general, es algo muy serio, restrictivo, como una camisa de fuerza de la que resulta incómodo escapar. Pero el hincha lo logra por noventa minutos, todas las tardes de domingo y acompañado de amigos aunque solo en apariencia porque sufre su propio mundo con la radio en la oreja. El hincha, en realidad, paga su entrada a la evasión, a un lugar fantástico donde imperan otras reglas: las reglas morales del fútbol.
Todo este preámbulo para tratar de explicar las sensaciones encontradas que dejó el Mundial cuando Alemania propinó a los brasileños un doloroso/hilarante 7 a 1 y después venció a los argentinos dejándolos angustiados/“decime qué se siente”.
En fútbol, mofarse del rival está aceptado. Eso mismo que es moralmente reprochable fuera del fútbol, dentro está permitido. “La moral del futbol radica en no solo mostrar lo bueno. Hay cosas inadmisibles en la vida diaria que en el campo se transforman en válidas. Fingir es una de ellas”, dice el escritor Eduardo Sacheri. Un caso emblemático es el de la “mano de Dios”, el 1-0 de Argentina ante los ingleses por una diablura de Maradona.
Las “cargadas” —o las “gastadas”— son parte del folclore del fútbol y el cargador de hoy será el cargado de mañana, por eso la moralina extrafutbolística queda en off side. “Antes o después, el fútbol siempre devuelve la moneda”, suelen decir los españoles. El torneo recién pasado es una muestra de ello: los argentinos que se mofaron de los brasileños, luego recibieron una dosis en portugués y, para rematar, una que nadie esperaba de los parcos alemanes. Son las reglas del juego. Las reglas que imperan dentro y fuera de la cancha, pero en el marco del fútbol.
Las reflexiones que no asumen esos códigos saben a estupidez y se perdonan solamente en boca de “turistas del fútbol”, como los califica con sinceridad la notable Leila Guerriero, que (auto)define a ese turista como “alguien que mira sin entender qué ve”.
Cuando Brasil perdió con Alemania y los argentinos modificaron su “himno” para el Mundial a “Decime qué se 7”, les llovieron las críticas lo mismo que cuando Tinelli mandó a la cancha de su programa a unos empequeñecidos humoristas, en grotesca mofa de los “primos” sudamericanos. Por otra parte, después de la parodia alemana con la “danza de los gauchos”, entre estos —supuestos conocedores de las reglas del juego y curtidos por las idas y vueltas de tribuna a tribuna— hubo críticas a los teutones por “racistas” y otras inseguridades. Para ambos casos: no hay por qué ensuciar el fútbol con morales prestadas. Y si no, conviene no opinar de lo que se ve pero se desconoce.
No obstante, parece que al fútbol le quedan pocas razones, así como poco por inventar: ya todo está escrito en los pies de los jugadores, especialmente de las viejas glorias.
A propósito, el vehemente Horacio Pagani escribió en Twitter: “Si el que gana tiene razón, y puede cargar al perdedor, ¿para qué carajo nos desvelamos y opinamos y calculamos y nos peleamos? Mundo cruel”. A lo que un seguidor le corrigió: “Ganar no da la razón. Solo da derecho a cargar”.
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