EDITORIAL
Ecuador y su retorno al pragmatismo
Ecuador y su retorno al pragmatismo
El Tratado de Libre Comercio con la UE confirma que son las decisiones prácticas y no las efusiones verbales las que cuentan
La culminación de la ronda de negociaciones entre el gobierno de Ecuador y representantes de la Unión Europea, para la suscripción de un Tratado de Libre Comercio (TLC), se ha sumado a la ya larga lista de virajes que desde hace algún tiempo dan cuenta de un retorno de la racionalidad económica a esta parte del mundo, después de largos años durante los cuales los espejismos populistas inspirados en el “Socialismo del Siglo XXI” lograron influir en muchos países de la región.
El paso dado por el gobierno de Rafael Correa tiene una doble importancia pues a sus efectos económicos se suma, lo que es más importante aún, su enorme impacto en el escenario político e ideológico. Es el tiro de gracia de la influencia en la región de las veleidades anticapitalistas del chavismo venezolano y de sus más ingenuos seguidores, y al mismo tiempo un formidable espaldarazo a su contraparte, la corriente por la que optaron países como Colombia, Chile y Perú.
La decisión de Ecuador de optar por el libre comercio con Europa –decisión que por lo demás no es de último momento sino el resultado de negociaciones que se mantuvieron durante los últimos años– es más significativa aún si se recuerda que ese país fue uno de los que más vigorosamente se opuso a la suscripción de este tipo de acuerdos. Fue tan tenaz la oposición ecuatoriana a los acuerdos de TLC entre la Comunidad Andina de Naciones y la Unión Europea, que en los hechos llevó al agotamiento de ese organismo de integración regional y obligó a Colombia y Perú a continuar solos las negociaciones.
Entre los muchos factores que explican la decisión ecuatoriana de optar por el TLC con la UE hay dos que son los más importantes. El primero, es el buen resultado que esa fórmula trajo a Perú y Colombia. Y el segundo, por contraste con el anterior, es el rotundo fracaso de las fórmulas alternativas que las corrientes seguidoras del chavismo venezolano quisieron ensayar. Es el caso del Tratado de Comercio de los Pueblos, brazo económico de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA-TCP), el Banco del Sur o el Sistema Unitario de Compensación Regional (Sucre), iniciativas que nunca pasaron de ser expresiones de un delirio demagógico reñido con toda racionalidad económica.
A lo anterior se suma, por otra parte, el hecho de que Rafael Correa nunca, ni en sus momentos de mayor acercamiento al chavismo, llegó a simpatizar del todo con fórmulas como la venezolana. El sólo hecho de que durante toda su gestión gubernamental haya mantenido al dólar como moneda oficial de su país, desoyendo los reclamos nacionalistas, es muy significativo al respecto.
Si se contrasta el paso dado por Ecuador, con la desesperación en que están sumidos los herederos de Hugo Chávez al no poder revertir el colapso de la economía venezolana, resulta evidente que los caminos ya se han separado.
Hasta ahora, Bolivia ha dado abundantes muestras de estar más cerca del camino elegido por Rafael Correa que el abierto por Hugo Chávez, aunque todavía se oigan, cada vez más tenues y aislados, algunos discursos que proclamen lo contrario. En los hechos, son las decisiones prácticas y no las efusiones verbales las que cuentan y Ecuador así lo está demostrando.
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