RESOLANA
Ramillete de ilusiones
Ramillete de ilusiones
Carmen Beatriz Ruiz.- Un amigo, a quien aprecio y respeto, autodeclarado simpatizante y adherente cercano al partido de gobierno, me dio hace unos días una instructiva lección de política real, que se puede resumir sucintamente en tres aspectos principales: la diferencia entre retórica y realidad, la voracidad inherente al ejercicio de poder y la regla del bien mayor.
La diferencia entre retórica y realidad, dijo mi diligente profesor, consiste en reconocer y aceptar que todas, absolutamente todas las propuestas políticas, tienen una retórica determinada y una práctica que puede contradecirla. La retórica, según esa explicación, no sería solamente el concepto que establecen los diccionarios “el arte de expresarse correctamente según determinadas reglas” o “las reglas para la construcción de un discurso” o “la elucubración exagerada sobre ciertos temas”, sino algo más.
En la concepción de política real, la retórica constituiría el discurso de un partido, de una propuesta política o de un proyecto de poder; sería un discurso expresamente construido sobre la base de una idea promocional para expresar su oferta de visión y de principios a la sociedad cuya simpatía (y votos, por lo tanto) quiere captar. Su accionar, en cambio, responde a los vaivenes de lo posible, de la realidad, es decir, las presiones de la economía, las alianzas necesarias con los poderosos de antaño, incluso si éstos alguna vez fueron sus enemigos, la orientación del mercado, las tendencias de las potencias de la región, etc. Por ello, la retórica y la actuación de un partido no tienen, necesariamente, que coincidir. Aquí no funciona la lógica directa y casi automática “del dicho al hecho”, sino la brecha inapelable entre el discurso y la práctica, o sea “del dicho al hecho hay mucho trecho”.
El segundo aspecto, referido a la voracidad inherente a la gestión del poder también fue presentado por mi interlocutor como un asunto fatal, del que no hay proyecto político en ejercicio real de poder que se salve. Quien no es omnívoro políticamente, mejor que se dedique a otra cosa, algo así como a la meditación contemplativa, a escribir haiku o a la pintura abstracta. En ningún caso a gobernar, tarea en la que, si no intenta arrasar con todo lo que se le ponga enfrente, le resultará más que difícil, imposible.
Finalmente, la regla del bien mayor vendría a ser una aplicación política de la sentencia de que “el fin justifica los medios”. Según entendí, ya en gestión de gobierno, una propuesta política adaptada reactivamente a la realidad debe hacer lo imposible por acercar sus resultados a la oferta de su retórica, buscando aquello que más contente a su población adherente, aunque sea “escribiendo derecho sobre renglones torcidos” y aunque en el camino haya una abultada cuenta de daños colaterales, por ejemplo a la institucionalidad, a los derechos humanos, a la honestidad y otras extrañas yerbas aparentemente inservibles.
Comprenderán ustedes que, después de esta instructiva clase magistral, mis expectativas de un debate abierto a ciertas profundidades durante la época electoral, mi interés por exigir y escuchar explicaciones a los actuales mandatarios sobre lo que interpreto como promesas incumplidas y desviaciones de su discurso y mi sugerencia de que las y los candidatos en carrera hagan compromisos éticos frente a la población… quedaron como un vano, trivial, ramillete de ilusiones.
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