Tuvo miedo
Tuvo miedo
Mons. Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- El miedo, en ciertas circunstancias de la vida, es algo normal. Este domingo contemplamos a Pedro con dudas y miedo. Es una paradoja. Vemos también a Elías que sintiéndose perseguido por la reina Jezabel se retira a la montaña para librarse de la muerte. En aquella soledad busca el rostro de Dios y lo encuentra en la suave brisa. Hay mucha más fuerza en la brisa que en la violencia de la tormenta, porque Dios estaba en la brisa y no en la tormenta. Dios está en la tranquilidad de lo sencillo, de lo ordinario de cada día. ¡Felices si lo percibimos cada día!
Elías buscó a Dios en el monte Horeb, que es otro nombre del monte Sinaí, en el que Dios se manifestó a Moisés y le entregó las tablas de la ley. Elías quería reafirmar su fe y su esperanza remontándose a los orígenes de la relación entre el Señor y su pueblo. Elías tiene la experiencia de Dios, que no se le aparece en lo que él podría haber imaginado, y que eran los signos tradicionales de la presencia de Dios –el terremoto, el huracán, el fuego– en una brisa suave. En ese encuentro recibe el encargo de volver a la ciudad para seguir con su servicio de profeta.
En el monte Horeb, Dios le dio una lección a Elías. Allí sintió el huracán, luego el terremoto, el fuego, pero ahí no sintió a Dios. Finalmente lo siente en una suave brisa. Dios siempre es imprevisible y nos sorprende con sus sorpresas. Por ello nos podríamos preguntar, ¿buscamos a Dios en lo sencillo y ordinario de la vida? ¿Nos damos tiempo para la oración y la reflexión y el encuentro sereno con Dios y entre nosotros?
En el evangelio de este domingo, Mateo 14,22-33, al inicio, aparece Jesús retirándose a orar. Terminadas las tareas del anuncio del Evangelio, se pone en comunicación con el Padre. Así pasó toda la noche. Y mientras Jesús oraba los discípulos navegaban. De madrugada Jesús dejó la oración y se fue en busca de los discípulos. Lo hizo caminando sobre las aguas turbulentas. La aparición de Jesús los llenó de miedo. Jesús les pide que se tranquilicen. Que no tengan miedo.
Pedro con la impetuosidad de siempre, le dice: “Si eres tú, has que yo vaya sobre las aguas” Pedro empezó a andar sobre las aguas sin hundirse. Pero cuando Pedro vio las fuerzas de las aguas, tuvo miedo y empezó a hundirse, entonces gritó: “Señor, sálvame”.
¿Qué le pasó a Pedro? ¿cuál fue su error? ¿En qué consistió la duda? Aquí hay varios aspectos, la duda y el miedo, cuando sintió la fuerza del viento y las olas encrespadas. Probablemente pensó demasiado en sí y dejó de pensar en el poder de Cristo. Olvidó la orden de Jesús que le dijo que anduviera sobre las aguas. La duda aparece ya antes en que pidiera una señal a Jesús: “Si eres Tú”; Jesús ya había dicho: “Soy yo, no tengan miedo”. Esta aseveración de Jesús debía haber bastado para andar tranquilo sobre las aguas. No le bastó la palabra de Jesús. Hay una gran lección para Pedro y para toda la Iglesia. Debemos aprender a caminar no sobre las aguas, sino abrirnos paso a golpe de remos. Debe bastarnos la palabra de Jesús. “Yo estoy siempre con ustedes”.
Tradicionalmente se ha visto en esta barca a la Iglesia. El episodio se ha repetido en todos los tiempos, son numerosas las tempestades de la Iglesia a lo largo de estos dos mil años. También cada cristiano ha sufrido en algunos momentos de su vida más de una tormenta hasta el punto que creíamos hundirnos.
Desde hace siglos a la Iglesia se la ha comparado a una barca. Todos sabemos que en la Iglesia o en la barca de Pedro se han sufrido numerosos embates. Sabemos de vientos turbulentos o huracanados, de nieblas, de obscuridad, de noches y hasta de fantasmas. Cristo nos advirtió que habría peligros y persecuciones. Nos prometió que estaría siempre con nosotros hasta el final de los tiempos, pero no nos aseguró que las cosas nos irían fáciles.
En las tempestades de la Iglesia, Cristo estuvo presente siempre en Ella. Si le admitimos en nuestra barca, se amaina el viento y vamos a encontrar fuerza para remar y salvar las peores situaciones. Una vez y otra nos dice Jesús a cada uno: “Soy yo, no tengas miedo”.
A veces puede parecer que el mundo se echa encima de nosotros. O creemos que la Iglesia se hunde. Pero no, es Cristo quien está con nosotros. El mismo Jesús nos dice: “Sin mí no pueden hacer nada”. Entonces y ahora Cristo suaviza el viento. Si oráramos mucho más, tendríamos más seguridad y oiríamos mejor su voz: “No tengan miedo, soy yo”.
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