EDITORIAL
Las nuevas guerras religiosas
Las nuevas guerras religiosas
Mientras el mundo se debate entre la indiferencia y el estupor, las víctimas de los fanatismos religiosos siguen sumándose por cientos de miles
Entre las muchas pésimas consecuencias que ha tenido durante las últimas semanas la ofensiva militar de Israel en la Franja de Gaza contra Hamás, la organización terrorista inspirada en el fundamentalismo sunní, una de las más lamentables ha sido la facilidad con que ha desplazado a un plano secundario –por lo menos en lo que a la atención mediática se refiere— a lo que está ocurriendo en la región fronteriza que comparten Irak, Siria y, aunque menor medida, Turquía. Nos referimos a la brutal matanza, esa sí merecedora del rótulo de “genocidio”, que está siendo perpetrada por otra organización sunní, el Ejército Islámico (EI).
Más de dos meses han tenido que transcurrir desde que esa organización –hasta hace pocos días denominada Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) iniciara su ofensiva, el pasado 9 de junio, para que el mundo comience a tomar consciencia sobre la enormidad de sus propósitos y la atrocidad de los medios que emplea para alcanzarlos.
Ahora, cuando por fin la atención mundial se dirige hacia esa parte del planeta, las reacciones de estupor y espanto, además de tardías, resultan del todo inútiles porque ya está en plena marcha un proceso irreversible ante el que no hay diplomacia ni recurso militar capaz de detener y mucho menos revertir.
Uno de los efectos más notorios que la irrupción del EI en el escenario internacional es que las principales potencias han quedado paralizadas por la magnitud del desafío que les ha sido lanzado y aún hoy, tres meses después, apenas logran esbozar uno que otro amago de reacción, aun sabiendo que de muy poco servirá.
La estupefacción con que ha reaccionado Estados Unidos, país que hasta ahora no atina a articular una respuesta coherente al desafío ni en el plano militar ni en el diplomático, es por sus antecedentes en la región el ejemplo más elocuente de la impotencia a las que han quedado reducidas las potencias del mundo. Lo mismo pasa con Europa, cuyos gobernantes ni se atreven a mirar de frente los conflictos que tan directamente los amenazan.
Rusia, por su parte, convencida bajo la conducción de Vladimir Putin de que ha llegado la hora de reanudar la expansión imperial, ve con mayor naturalidad la inminente guerra religiosa que se enciende por ahora más allá de sus fronteras, pero con grandes polvorines dentro de ellas. Tuvo hasta ahora más habilidad que EE.UU. y la UE para elegir a sus aliados y a sus enemigos y ahora ve cómo sus principales rivales le dan la razón.
Es con ese telón de fondo, cuya complejidad es sólo comparable a la de los días y meses previos al estallido que de la primera guerra mundial, que estamos asistiendo a la más radical reconfiguración del tablero donde se juegan las grandes batallas políticas, geopolíticas, económicas y religiosas del mundo actual. Así, nadie deberá sorprenderse si, por ejemplo, Israel termina reconciliándose con Irán o Estados Unidos apoyando al gobierno sirio, entre otras combinaciones inverosímiles.
Mientras tanto, lo único que está claro es que los centenares de víctimas de los fanatismos religiosos siguen sumándose por cientos de miles sin que haya poder, ni político ni militar, capaz de detener la matanza.
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