EDITORIAL
En busca de la paz
En busca de la paz
El Papa ha vuelto a dar una muestra de su decisión de ser protagonista en la búsqueda de la paz en este convulsionado planeta
Más allá del objetivo religioso de la vista del Papa Francisco a Corea del Sur, los mensajes que ha mandado a ese pueblo y al mundo en estos últimos cinco días han dado cuenta de una apuesta mayor del Vaticano: aportar a la construcción de la paz en este convulsionado planeta.
Es que en forma simultánea a esta visita, se mantiene la tensión en Gaza y en Irak los crímenes de los grupos islamitas radicales que se traducen en el aniquilamiento de miles de personas por tener distinta fe religiosa y la destrucción de símbolos de todo orden, son síntomas de lo que los especialistas anuncian como un radical cambio de situación, al punto de compararlo con lo que se produjo con el mapa del mundo después de la Primera Guerra Mundial.
En ese escenario, el papel que pueden cumplir la Santa Sede y el Obispo de Roma es muy importante porque su aporte constituye un aliciente a equilibrar las balanzas y, sobre todo, ayudar a eliminar o, al menos, paliar los claros crímenes de lesa humanidad que se van cometiendo día que pasa.
Así, hay que recuperar su llamado a Naciones Unidas para rescatar su capacidad de establecer espacios de diálogo y los mecanismos que le permitan, coordinando esfuerzos multinacionales, detener la escalada de criminal violencia que azota a varios pueblos del mundo. Ha insistido en que de lo que se trata es de detener esa escalada y no de “bombardear” poblaciones, en sutil referencia a la decisión unilateral estadounidense (aunque luego apoyada por otras potencias) de actuar en Irak la semana pasada.
Al referirse a la existencia de dos gobiernos coreanos y el estado de potencial beligerancia existente desde hace más de 60 años, ha insistido en forma reiterada en que no se trata de dos Coreas, sino de una, pero dividida, exhortando a impulsar una cultura de reconciliación y solidaridad, así como comprender que la paz no es sólo ausencia de guerra, sino una obra de la justicia que requiere de paciencia, y que crear esa cultura de reconciliación no significa olvidar las injusticias sino de superarlas con tolerancia y solidaridad.
Además –lo que no gusta a muchos– ha tenido el cuidado de referirse, una vez más, a las grandes desigualdades que existen en el mundo dominado por una cultura del consumismo y el relativismo. De ahí que para construir un mundo mejor se requiere recuperar valores entre los que la solidaridad y la atención a los más desposeídos es una obligación moral ineludible.
Muchos, probablemente, creerán que el Papa Francisco se arriesga demasiado, en un mundo que está atravesando circunstancias tan complejas y que no tienen mayor precedente dadas las condiciones imperantes por el desarrollo económico, el progreso de las ciencias y la interdependencia. Pero, aparentemente lo hace porque asume que es precisamente en ese escenario en el que hay que levantar una voz con autoridad para convocar a la paz y la justicia. Si de eso se trata, el viaje de Francisco a Corea no pasará desapercibido.
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