Miércoles, 20 de agosto de 2014
 

DESDE LA TRINCHERA

¿Y quién educa a nuestros hijos?

¿Y quién educa a nuestros hijos?

Demetrio Reynolds.- ¡Vaya qué pregunta! “Elemental, querido Watson”. Como el socio del famoso detective británico (Sherlock Holmes), puede uno equivocarse, aunque lo correcto esté a la vista. Por el estilo, cualquier vecino respondería: “naturalmente la escuela, el colegio, la universidad”. Y no es muy cierto. Esas venerables instituciones suelen no tener tiempo para educar; algunas ni sospechan cómo sería el currículo formativo. Por lo menos no está explicitado en sus planes, ni es práctica programada en su vida institucional.
Pero entonces, si no educan, ¿qué hacen, de qué se ocupan? De instruir, “querido Watson”. Son centros de instrucción: ejercitan, adiestran, enseñan cómo se resuelve un problema de álgebra o dónde se encuentra Gaza. Pero la tarea de desarrollar el carácter (régimen de la voluntad disciplinada) no está en su agenda. Y es uno de los pilares básicos de la educación; flaquearía ésta sin aquella. Si el estilo es el hombre, decía hace tiempo Franz Tamayo, el carácter es la nación. ¿Y dónde se manifiesta el carácter? En las costumbres.
Se contraponen dos conceptos: Educación e instrucción. Con el avance de la ciencia y la técnica, se creyó un tiempo que la instrucción conducía intrínsecamente hacia los valores: la estrella polar de la educación. Luego, la investigación reveló que por lo menos es muy dudoso. La personalidad (concepto cualitativo) no siempre va en consonancia con la excelencia técnica. El término educación es mucho más amplio que el de instrucción. Se habla de aula sin muros y de escolaridad burocratizada. La reflexión crítica de Iván Ilich y Paulo Freyre es conocida.
Vista en su amplitud, la educación abarca a toda la comunidad. La escuela no es sino una parte de ella. En tres escenarios distintos pero muy relacionados actúan cotidianamente nuestros hijos: el hogar, la calle y el colegio. ¿Cuán educativos son en conjunto? Lo que encuentran y lo que no encuentran constituye el bagaje inevitable de su formación. La interrelación equilibrada entre dichos escenarios, es un objetivo que se persigue desde hace tiempo. Como toda actividad inconclusa y cambiante, nunca ha dejado de ser un desafío.
En la casa hay exigencias tan importantes como saber resolver un problema de matemáticas; a veces hasta más difíciles. Lo que es ese hogar, es el estudiante en su carácter, en su personalidad. No hay escusas: los padres hacen de sus hijos lo que ellos son. ¡Tremenda responsabilidad! Orden, limpieza, honestidad son, entre otras, las virtudes fundamentales que hay que inculcar a rajatabla, sin concesiones. No vamos a seguirles a todas partes, y la calle tiene contingencias potencialmente peligrosas. Es preciso, por tanto, que sepan precautelar ellos mismos su integridad. Las leyes inexorables de la naturaleza rigen su madurez orgánica; la sociedad contribuye por su parte con ejemplos a seguir: buenos o malos. En fin, la comunidad eficazmente educadora, la escuela del tamaño de una sociedad, sin muros, ¿algún día tendremos en Bolivia?