RESOLANA
Para no olvidar
Para no olvidar
Carmen Beatriz Ruiz.- Hay zonas negras de la historia de los seres humanos que son una negación de humanidad. Antes, ahora y seguramente en el futuro, individuos, Estados, ejércitos, grupos religiosos y gente con cualquier tipo de poder arremetieron y arremeterán contra quienes sean diferentes, piensen distinto o se nieguen a aceptar situaciones de injusticia, opresión y esclavitud.
Antes y ahora la historia de la humanidad está plagada de inhumanidad, como el genocidio del pueblo judío durante el régimen nazi, como los bombardeos judíos al pueblo palestino, como la Santa Inquisición que de santa no tenía nada, como la conquista y el exterminio de los pueblos indígenas de América, como las anexiones a sangre y fuego de muchos pueblos a la Unión Soviética, como las lapidaciones a mujeres árabes, como los atentados a la Torres Gemelas, al metro de Londres, en el metro de Madrid y el ataque con armas químicas en el Tokio; como las guerras santas que emprenden actualmente grupos musulmanes extremistas, como las dictaduras militares en los países sudamericanos durante la década de los setenta, como... y la lista puede seguir durante cientos de páginas.
¿Para qué hacer ese inventario? -Para no olvidar-, como me dijo una mujer en una plaza de Berlín rodeada por banderolas con los nombres de los campos nazis de concentración. Los seres humanos nos debatimos entre la pulsión de recordar u olvidar los horrores que llevan nuestra propia firma. Sin duda porque al lado de la lista de la infamia puede hacerse una enumeración de actos de nobleza que, increíblemente, los mismos depredadores somos capaces de llevar a cabo.
El Plan Cóndor corresponde a la lista de la infamia. Y esto es parte de lo que nos cuenta la película Olvidados, que estas semanas se está proyectando en varios cines del país, dirigida por el mexicano Carlos Bolado y producida por la boliviana Carla Ortiz. Una nota de la periodista Anahí Cazas, en el diario Página Siete, hace el siguiente recuento: “Más de 50.000 personas asesinadas, 30.000 desaparecidas y 400 mil encarceladas en la década de los años 70 y parte de los 80 es el saldo que dejaron las dictaduras militares en Argentina, Bolivia, Paraguay, Uruguay, Brasil y Chile”.
La película muestra una historia cruzada por dos generaciones de la que son protagonistas jóvenes que militaban en distintas corrientes de lo que entonces se etiquetaba como izquierda, unos más involucrados que otros. Muestra al mismo tiempo la ingenuidad y los sueños de unos y la horrorosa cara de la represión militar de otros. Un recién nacido arrancado de los brazos de su madre dada por muerta hace el enlace generacional.
Hay que ver la película e incentivar a las y los jóvenes a que la vean. Es instructiva y necesaria, más allá de impresiones estéticas (la película tiene buena ambientación, correcta actuación y tratamiento técnico impecable, aunque se carga en exceso la parte de las torturas), y de posiciones políticas (hay quienes la encuentran tibia, otros amarillista y quienes descreen de su apego a la historia “real”).
Pero hay que verla. Porque, finalmente, en cine, por lo demás como en cualquier tipo de expresión artística, la última palabra no la tienen los críticos, sino quienes, por si y ante sí, aprecian ese regalo de un ser humano a otro, que es su visión de la realidad, o de una parte de ella. Yo me quedé con un mensaje de lo que podríamos decir que es parte del subtexto de Olvidados: hay zonas oscuras de los aparatos represivos del Estado que se enquistan, se mantienen y siguen actuando, aunque la superficie del sistema haya cambiado. Esa es la lección que nos da el personaje Justiniano. Y por eso, solo por eso, es fundamental no olvidar.
|