Sábado, 23 de agosto de 2014
 

PROJECT SYNDICATE

¿Un gran desmoronamiento?

¿Un gran desmoronamiento?

Kemal Dervis.- Este mes, centenario del estallido de la primera guerra mundial, constituye una oportunidad para reflexionar sobre los grandes riesgos. Como advirtió recientemente Michael Spence, el cada vez mayor déficit de seguridad del orden internacional, que refleja el debilitamiento de la gobernación mundial actual, está volviéndose rápidamente el mayor riesgo que afronta la economía mundial. Hace un siglo se podría haber hecho la misma afirmación.
El 30 de julio de 1914, buques de guerra austríacos bombardearon Belgrado, cinco semanas después del asesinato del Archiduque Franz Ferdinand en Sarajevo. A mediados de agosto, el mundo estaba en guerra. El armisticio acordado al cabo de cuatro años, después de que hubieran muerto veinte millones de personas, representó tan sólo un interludio antes del horror de la segunda guerra mundial.
En los años anteriores a agosto de 1914, hasta el asesinato del Archiduque, la economía mundial funcionó relativamente bien: el comercio aumentó a escala mundial, los mercados financieros parecían sólidos y la comunidad empresarial hacía caso omiso de los problemas políticos por considerarlos pasajeros o irrelevantes. Fue un desmoronamientos político que dio paso a tres decenios terribles para la economía mundial.
Los mercados y la actividad económica pueden soportar una gran tensión e incertidumbre políticos... hasta el momento en que el orden internacional se desmorona. Actualmente, por ejemplo, el estado de ánimo económico es bastante optimista. El Fondo Monetario Internacional pronostica un cuatro por ciento de crecimiento para la economía mundial en 2015, mientras que los índices de los mercados de valores están altos en muchas partes del mundo; de hecho, el Dow Jones alcanzó un máximo histórico en el pasado mes de julio.
Sin embargo, en los últimos meses un avión civil de pasajeros fue derribado en la Ucrania oriental por un ultramoderno misil de fabricación rusa, las tensiones han aumentado en torno a las disputadas islas de los mares de la China Meridional y Oriental y el caos ha seguido extendiéndose por Oriente Medio. El conflicto palestino-israelí está en una de sus peores fases en varios decenios y es probable que la nueva frustración desencadenada por la pérdida en gran escala de vidas civiles en Gaza aliente reacciones extremas. Los terroristas podrían estar a punto de idear armas mucho menos detectables.
Hay otros peligros, menos “políticos”. El África occidental padece un terrible brote del mortífero virus Ébola, que matará a miles de personas. Hasta ahora el brote se ha mantenido en el nivel regional, pero sirve para recordar que, en una época en la que millones de personas viajan en avión, nadie está a salvo de la propagación de una enfermedad infecciosa. Si se contuviera una enfermedad o una amenaza terrorista limitando los viajes o los transportes internacionales, la economía mundial resultaría devastada.
Pensar en agosto de 1914 debería recordarnos que las grandes catástrofes se pueden materializar gradualmente. Los dirigentes pueden ser “sonámbulos” que no gestionen el riesgo creando, pongamos por caso, instituciones para canalizar los intereses y las reclamaciones rivales que avivan los conflictos internacionales. Ese sonambulismo de las autoridades causó también el desplome financiero de 2008. Sus consecuencias no fueron tan funestas, aunque los efectos políticos del desempleo en masa y la intensificada sensación de inseguridad económica no han desparecido.
Esos ejemplos deberían alentar al mundo para buscar formas de avanzar mediante medidas cooperativas, pero lo que parece estar sucediendo es lo contrario. Las Naciones Unidas parecen más paralizadas que nunca. El Congreso de los EE.UU. aún no ha aprobado el plan de reforma del FMI acordado en 2010, con lo que se debilita una de las instituciones internacionales más importantes. En parte porque los EE.UU. dificultan tanto los aumentos de capital y las reformas de la dirección de las instituciones financieras mundiales, los países BRICS (el Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica) han lanzado su propio banco de desarrollo, que tendrá su sede en Shanghái.
Asimismo, en lugar de dar un ejemplo excelente de cooperación supranacional y soberanía mancomunada para el siglo XXI, la Unión Europea sigue enfangada en disputas bastante mezquinas. Aunque aún no ha logrado acordar la concepción de su unión bancaria, está permitiendo al Primer Ministro Viktor Orbán de Hungría, uno de sus países miembros, denigrar los valores democráticos y liberales en que se basa la UE.
La forma de avanzar no puede ser la de retroceder al pasado, con sus Estados-nación enfrentados. Sólo se puede asegurar el futuro mediante una sólida cooperación entre todos los comprometidos con la democracia liberal y el Estado de derecho, sin dobles raseros ni excusas, y el fortalecimiento paciente de las instituciones internacionales que encarnan dichos valores y pueden plasmarlos en la práctica.
Siempre que una potencia regional o mundial actúa de un modo que contradice dichos valores o se alía estrechamente con quienes lo hacen, socava el orden internacional, que debería dar seguridad y aumentar la prosperidad (y hasta cierto punto lo ha hecho). La economía mundial alberga una gran promesa, pero sólo se puede realizarla en un sistema internacional basado en reglas, consentimiento, respeto y un sentido compartido de la justicia.
El hecho de que ni el caos de Oriente Medio ni la crisis de Ucrania parezcan afectar a los mercados financieros no debe hacernos caer en la autocomplacencia. El recuerdo de agosto de 1914 debe servir para que no olvidemos cómo se sumió el mundo en la catástrofe. Como sabemos –o deberíamos saber– por el ejemplo del cambio climático, se deben gestionar los grandes riesgos, aun cuando la probabilidad de que se dé el peor resultado sea escasa.