Domingo, 31 de agosto de 2014
 
La ofrenda vital de nuestra existencia

La ofrenda vital de nuestra existencia

Fray Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- La iglesia Arquidiocesana de Sucre vuelve su mirada de fe y confianza hacia la Madre de Dios, bajo la advocación de nuestra Señora de Guadalupe. Miles de cristianos para quienes la eucaristía dominical no es parte de su vida, se acercan en estos días de preparación a la fiesta de la Mamita de Guadalupe para honrarla y venerarla. La novena son nueve días de preparación espiritual. En estos días nos acercamos para venerarla, nunca para adorarla, pues la adoración corresponde solamente a Dios. El catecismo de la Iglesia católica nos enseña: “La Santísima Virgen es honrada con razón por la Iglesia con un culto especialísimo” (CEE 971).
La Palabra de Dios de este domingo 22 del tiempo ordinario nos invita a revisar qué clase de culto damos a Dios, a quien sólo debemos adorar, especialmente vemos esto en la segunda lectura, Romanos 12,1-2, donde Pablo hace una exhortación sobre cómo debemos vivir los cristianos y cuál es el culto verdadero.
Pablo afirma que el culto verdadero que debemos rendir a Dios es nuestra vida: “Sus cuerpos como víctima viva, santa, es el culto razonable”. Por otro lado, para vivir según la voluntad de Dios, es necesario mantenerse libres de la contaminación de este mundo, que tiene una mentalidad muy diferente a la de Cristo, “no se ajusten a este mundo”.
La víctima viva no quiere decir necesariamente verse destruido ni mucho menos llevar una vida triste. El discípulo de Jesús debe ser una víctima gozosa, porque vive su sacrificio, su renuncia, su entrega en unión con Jesús a impulsos del amor y de la fe. Tantas veces pensamos que no podemos hacer nada por el hermano que sufre una enfermedad, que pareciera que está derrotado por la cruz que le ha tocado, pero pensemos que sí podemos darle motivos para sobrellevar con paciencia su dolor al hacerle conocer a Cristo.
El Concilio Vaticano II nos enseña cómo debe ser el culto espiritual: “Todas las obras de los laicos, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el cotidiano trabajo, el descanso del alma y del cuerpo si son hechos en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida, si se sobrellevan pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales que en la celebración de la eucaristía se ofrecen al Padre, junto con la oblación del cuerpo del Señor” (LG).
¿Qué sacrificios, qué culto a Dios, está esperando nuestra Madre de Guadalupe en esta novena? Está bien claro que nuestro culto no será auténtico y razonable ni no hacemos la voluntad de Dios. Hay que recordar a lo largo de estas fiestas aquellas palabras que María dirigió a los sirvientes en las bodas de Caná: “HAGAN LO QUE JESÚS LES DIGA”. Dejemos que resuene esa petición de María en estos días.
Los cristianos en tiempo de Pablo estaban en el peligro de recaer en la mentalidad pagana de la que habían salido al recibir el bautismo. Nada fácil fue para los paganos convertidos al cristianismo permanecer en la fidelidad al evangelio de Jesús. Si los cristianos del tiempo de Pablo debían vivir vigilantes para no recaer en los errores pasados, lo mismo sucede ahora. Nuestra actuación y los criterios que nos acompañan no pueden ajustarse al mundo. Todos sabemos qué diferencias encontramos, día tras día, al enfrentar nuestro ambiente con las enseñanzas del Señor. Cada domingo en la eucaristía, la Palabra de Dios que escuchamos, nos recuerda la voluntad de Dios.
No nos extrañemos, ni a Pedro ni a nosotros nos gusta la cruz. En la mentalidad de Pedro no cabía que Jesús tuviera que pasar por el sufrimiento de la cruz. Pedro no había entendido aún que Jesús muriera en la cruz y es que los pensamientos de Dios no coinciden con los de los hombres. Los proyectos humanos van de ordinario por otros caminos diferentes a los de Dios. Nosotros buscamos aquello que produce ventajas materiales, manipulamos las cosas para poder prosperar y ser más que los demás y dominar cuanto más mejor, pero Dios actúa de manera diferente.
Lo que Dios espera de nosotros en el culto según el apóstol Pablo, es la ofrenda vital a Dios de nuestra existencia. El culto “razonable” es ofrecer a Dios nuestro propio cuerpo, como hizo Jesús, según lo que leemos en la carta a los hebreos: “Tú no quieres sacrificios de anímales, pero me has dado un cuerpo; he aquí que vengo a hacer tu voluntad” (Hb 10,5). En esta línea van los cultos a la Virgen de Guadalupe. Por ello, la invitación a la reflexión, a la escucha de la Palabra de Dios y a la conversión. La conversión no acaba nunca en la vida, ha dicho San Juan Pablo II.