Miércoles, 3 de septiembre de 2014
 

EDITORIAL

Nuevo orden mundial para la paz

Nuevo orden mundial para la paz



No se trata de imponer la supuesta universalidad de una cultura al total de colectividades humanas, sino de garantizar que valores mínimos se sustenten sobre una base de diversidad

Las manifestaciones de intolerancia violenta por parte de los yihadistas del autodenominado “Estado Islámico” no sólo que son inaceptables y absolutamente condenables desde cualquier perspectiva que se enmarque dentro del respeto a los Derechos Humanos –que es uno de los avances más importantes de nuestro mundo– sino que son una clara señal de que el planeta se encuentra frente a desafíos de grandes proporciones, y que de la forma en que éstos sean enfrentados dependerá en gran medida el futuro de la coexistencia pacífica entre las sociedades.
Dentro del campo cultural, se debe reconocer que las manifestaciones de violencia exhibidas por los fundamentalistas no son una mera reivindicación por sus creencias y sus valores sino, además, una expresión de desprecio intolerante contra los que creen y piensan diferente, y a quienes los yihadistas no reconocen ni tan siquiera el derecho a la existencia.
Por esa razón, no es posible que el mundo esté dispuesto a dejar pasar tales crímenes en nombre de la tolerancia y la libertad, puesto que el objetivo último de aquellos y de las ideas que los impulsan es, precisamente, la eliminación de las nociones de universalidad y naturalidad de la tolerancia y la libertad. Es decir, que el límite de la tolerancia es la intolerancia, porque sólo así se evita que se elimine a sí misma al admitir la promoción y puesta en práctica de ideas intolerantes.
No se trata, como postulan algunas corrientes del relativismo cultural, de imponer la supuesta universalidad de una cultura, única y homogénea al total de colectividades humanas, sino de garantizar que ciertos valores mínimos de respeto por la vida, la libertad y la integridad de cada ser humano, se sustenten sobre una base de diversidad cultural.
Dentro del campo político, está claro que tanto la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como el carácter unipolar de la correlación de fuerzas políticas, resultado de la caída del Muro de Berlín, ya no constituyen esquemas con la solidez suficiente para enfrentar los nuevos desafíos para la paz y el equilibrio mundial.
Se debe transitar de la unipolaridad a una dinámica de múltiples polos, sumamente difícil de equilibrar, en que los intereses nacionales, si bien no pueden ser soslayados ni abandonados, no deben primar sobre los valores que hasta hoy hemos pretendido caros para toda la humanidad.
No se trata, entonces, de una tarea sencilla, puesto que implica no sólo el reconocimiento de la nueva realidad por parte de las que hasta hoy fueron potencias indiscutibles sino, además, del involucramiento de éstas, junto a las demás naciones, en la conducción y dirección pacífica y planificada hacia un nuevo orden en que los poderes nuevamente se verían dispersos y distribuidos, en un nuevo entramado que requerirá mecanismos también novedosos para la coexistencia y toma de decisiones.
En ese mismo sentido y pensando en acciones urgentes inmediatas, el Papa Francisco ha llamado a la ONU a recuperar su capacidad de establecer espacios de diálogo y creación de mecanismos que permitan, en esfuerzos multinacionales, detener la escalada de criminal violencia que azota a varios pueblos del mundo.