SIN PELOS EN LA LENGUA
Costumbres deliciosamente “cursis”
Costumbres deliciosamente “cursis”
Mónica Olmos Campos.- Que el Facebook (FB) es un peligro; que secuestra niños, los viola, los trafica; que destruye matrimonios; que la gente dice cualquier cosa porque no da la cara; que entra en tu hogar y te aleja de tus seres queridos; que te quita el tiempo; que te mete en problemas. Satanás, inofensivo comparado con el detestable FB.
El computador, el celular, la tableta, el Smartphone y demás, son los aparatitos más odiados por la mayoría de los padres que piensan que debido a estos, sus hijos ya no charlan ni saludan ni nada que los incluya o integre.
Esta tecnología es la culpable, creen muchos, de que los más jóvenes ni se preocupen por si los más viejos vivimos o enfermamos y morimos sin previo aviso. Los chicos andan metidos en sus juegos, en medio de mensajes, chats, creando redes, grupos y contactos, y en sus fotos y vídeos; y sus únicas preocupaciones –aparentemente– son los puntos acumulados, los niveles vencidos, a quiénes han destruido o qué han comprado en ese mundo imaginado y animado. ¿Dónde andan metidos los padres?
El bullying y no sé cuántas patologías sociales más, encuentran al culpable en la temida tecnología. Que las selfies (autofotos) revelan una serie de desórdenes mentales. Que el uso de las Tics provoca ansiedad, angustia, miedo y presencias fantasmas. Que la nueva tecnología ha formado jóvenes “en off”…. ¡Jesús! cuántas cosas se inventan. Sí, cosillas que otrora habrían sido solucionadas con un veloz cinturonazo y un agridulce ajazo. ¿Qué estoy motivando a la violencia?… ¡Horror!, es que a los chicos no se les debe tocar ni elevar la voz porque se trauman y/o frustran.
Hagamos una cosa, entonces, pasémosle la factura a la Psicología moderna de tanta estupidez que hoy publica y tolera.
Pongamos las cosas en su exacto lugar y aceptemos que somos nosotros, las personas, a las que, en todo caso, nos falta una vuelta de tornillo…y quizá algo más: Una caricia, una charla, una salida al cine y al motel después, una risa y mejor si es una carcajada, una escucha, un te quiero, un te necesito.
El otro día mi amigo Bernardo contó que su esposa Any había dispuesto una caja para que todos los miembros de la familia dejaran sus aparatos tecnológicos mientras desayunaban, almorzaban y cenaban. Gran idea, opinaron todos; pensé lo mismo.
La historia de estos amigos coincidió con una decisión nuestra que buscaba similar efecto: nos fuimos al campo todo el domingo y dejamos nuestras respectivas “tecnologías” en casa. Nos desconectamos para conectarnos entre nosotros. Pasamos horas metidos en una piscina con nuestros hijos charlando, riendo, jugando y a ratos puteando; en fin, siendo familia ¡maravilloso!
Puede ser que la tecnología ocasione estragos, pero somos nosotros quienes decidimos usarla y abusarla; nosotros que permitimos que haga o deshaga nuestras vidas y la de nuestra pareja e hijos.
En mi época no se escuchaba del bullying ni de jóvenes en off ni de tantos términos extraños que hoy son motivo de cursos de posgrado y de políticas de salud pública, incluso. Es que antes, las familias se reconocían como tales, el diario transcurría más calmo, el glamour se limitaba a las estrellas de cine, los padres tenían autoridad, los dormitorios infantiles no parecían juguetería y el almuerzo era religioso, amén del horneado de empanadas, el juego de mesa nocturno, la película el fin de semana, los amigos del barrio, el libro sobre el velador, los abuelos presentes y el ejemplo de los padres; todas, costumbres deliciosamente “cursis” que han marcado la diferencia entre el antes y el ahora.
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