Lunes, 8 de septiembre de 2014
 

EDITORIAL

El sentido de Guadalupe

El sentido de Guadalupe



La necesaria revalorización del sentido religioso y tradicional de la festividad de Guadalupe podría garantizar no sólo un crecimiento de su perfil externo, sino también un mayor ahondamiento en la vivencia colectiva de su significado y en la comprensión de sus raíces históricas.

Este 8 de septiembre, como viene ocurriendo desde hace algo más de cuatro siglos, nuestra ciudad celebra la festividad de su patrona, Nuestra Señora de Guadalupe, la "Mamita Gualala", como ha querido llamarla la devoción popular.
Nos encontramos, pues, frente a una tradición larga y fuertemente enraizada, que nacida de la conjunción sincrética de elementos ibéricos e indígenas, cristianos y paganos, ha sido transmitida de generación en generación y de centuria en centuria, aunque experimentando, naturalmente, las modificaciones propias del espíritu de cada época.
Empero, recapitulando la historia de tales transformaciones, comprobamos que quién sabe nunca antes el auténtico sentido de esta fiesta ha llegado a distorsionarse y desdibujarse como ahora, cuando tiende a confundirse con un acontecimiento meramente comercial o, inclusive, con una oportunidad para dar rienda suelta a todo género de excesos.
Estas erróneas percepciones se encuentran completamente alejadas del alcance y valor originales de la celebración, que radican –como es natural– en su carácter religioso.
Al respecto, no deberíamos olvidar en ningún momento que ha sido dicha dimensión religiosa la que ha hecho posible que esta festividad aglutine, a través del tiempo, a personas de la más variada condición y de formaciones diversas y hasta opuestas, permitiendo la superación de sus diferencias culturales, sociales, políticas y económicas.
Así pues, si la celebración de la Virgen de Guadalupe deja de poseer este carácter –como de hecho ya está sucediendo– y pasa a convertirse en una más de tantas entradas folklóricas o fiestas civiles que hay en el país, estaría al final de cuentas extraviando su identidad, con la consiguiente pérdida de sentido religioso para los hijos de esta tierra y de identidad y atractivo turístico para aquellos visitantes nacionales o extranjeros que buscan un sello propio en esta celebración.
Habría que considerar, pues, en realzar todos aquellos elementos auténticos y tradicionales de esta fiesta –como las coplas, la novena y la procesión con cargamentos–, ésta no solamente sería mucho más propicia a la promoción turística, sino que fundamentalmente se estaría constituyendo en un verdadero patrimonio intangible de nuestra cultura popular local.
Valdría la pena, en consecuencia, que las autoridades municipales, religiosas, culturales y turísticas de la ciudad se decidan a encarar una revalorización de la fiesta de la Virgen, sin alterar la realización de la ya acostumbrada entrada folclórica, procurando revertir la actual tendencia a dejar atrás sus rasgos tradicionales y a sustituirlos paulatinamente por otros que bien pueden encontrarse, repetimos, en cualquier parte del territorio nacional.
Estamos seguros de que dicha revalorización, unida a criterios de mayor eficiencia organizativa y comunicacional, podrían garantizar un mayor ahondamiento en la vivencia colectiva de su significado y en la comprensión de sus raíces históricas.