Miércoles, 10 de septiembre de 2014
 

DESDE LA TRINCHERA

La anomia “constitucional” de los ayllus

La anomia “constitucional” de los ayllus

Demetrio Reynolds.- En medio del borrascoso ajetreo electoral, la amenaza de los chicotazos sólo parecía ser un raro gesto de rebelión o una broma calculada: “A ver cómo lo toman”. Pero la cosa es seria. No es un hecho eventual ni aislado. Refleja la situación que hoy impera en Las tierras del Potosí donde la rueda del tiempo gira hacia atrás como en el reloj de la Asamblea Plurinacional. Son seres exhumados del remoto pasado cuando aún no existía la democracia; por eso ésta no encaja en los usos y costumbres de los llamados “originarios”.
¿Dizque los van a enjuiciar? No demandaría gran esfuerzo, por ser un hecho flagrante y público. Además, de golpe y porrazo los harían famosos, igual que a cierto candidato opositor, a raíz de otro motivo. Son los antihéroes de este tiempo feliz que vivimos. Actúan como deben actuar. No son ciudadanos comunes y corrientes, por eso no asumen ninguna responsabilidad; sólo existen en tanto sean parte del ayllu. Uno de ellos es miembro del macrosindicato legislativo y el otro es dirigente de un sindicato agrario. El TSE nada tendría que ver con ellos.
La actitud asumida es deliberada y consciente. “Yo sólo comuniqué el voto resolutivo aprobado para evitar el voto cruzado”, dice en su defensa el diputado masista. Luego añade: “Soy autoridad y me enmarco a lo que señala la ley, la Constitución”. Por tanto, no es que no entienden la vinculación entre derechos y obligaciones; al contrario, rechazan la norma general a sabiendas de que existe, y postulan –en contraposición– la vigencia de la suya, registrada también en la CPE bajo el denominativo de “prácticas y costumbres” (Art. 30). Este es uno de los testimonio de la contradicción. La Carta que nació tuerta en el cuartel militar de La Glorieta, sigue haciendo aguas.
Sin embargo, su discurso y su accionar son coherentes con una ideología política llamada “socialismo” (un globo de ensayo sin rumbo); consiste ésta en reivindicar la masa como elemento fundamental, como sujeto colectivo de máxima autoridad nominal. Frente a este poder omnímodo, el ciudadano, la personalidad individual y sus derechos no cuentan. Por eso desconocen el voto “único, individual y secreto”, que es un postulado esencial de la democracia. Contraponen a ello el “voto orgánico” y la votación en línea cuyo funcionamiento –en obediencia a alguna consiga– es un paradigma de eficiencia y de disciplinado. Sobre esos “robots” políticos se asienta el poder de los dictadores.
Como es sabido, la masa como tal, no razona ni tiene centros de afectividad, pero es imitativo. Su papel es seguir al que lo manda o maneja. La anomia social de que nos alertó como un peligro el expresidente Mesa, tiene en el propio Gobierno ejemplos incitativos a seguir. La Ley de Autonomías, aprobada por el legislativo, sirvió para suspender de sus funciones a autoridades elegidas, con la sola acusación formulada. Pero el más relacionado con la anomia en tiempos electorales es aquel que habilita al binomio oficialista pasando por encima de un compromiso público y las disposiciones transitorias insertas –irónicamente como garantía– en el texto constitucional. Si ellos –los gobernantes– vulneran la CPE sin que nadie los enjuicie por eso, ¿quién tiene autoridad moral para enjuiciar a los ayllus que quieren votar como un solo hombre a favor precisamente de los caudillos del proceso de cambio? ¿La condición de juez y parte funcionará? Claro que sí, pero con la balanza inclinada al oficialismo. De lo contrario, faltaría infraestructura carcelaria para encerrar a todos los infractores de la ley, entre ellos los sindicatos cogobernantes. Y eso no ocurrirá a menos que alguien pueda reimplantar la democracia en Bolivia.