Viernes, 12 de septiembre de 2014
 

BARLAMENTOS

Máscara de risa y llanto

Máscara de risa y llanto

Winston Estremadoiro.- Como en máscara teatral, mi sardonia exhibe una cara risueña y otra tristona. La primera la regala mi primer nieto; hoy la otra la pone el atropello a un conocido que ahora será mi amigo, si me deja presumir de ello. Hablo de Mario Orellana, que es un ser humano con esposa, hijos, suegros, toda la catástrofe como dijera Zorba el griego, antes de ser político que mi incredulidad descree (aclaro: igual que otras oficialistas y opositoras).
Verle ‘pelado’ recordó a tiempos en que tusaban a revendedores de entradas, río, y films de judíos en campos de muerte nazis cuyos pelos llenaban cojines, lloro. Así ya estuviera libre, el abuso a mi amigo marca un hito de lo común que se ha vuelto el atropello de los derechos humanos en Bolivia, más aún exacerbado por malas pasiones electoralistas. Es penoso ejemplo de servidumbre del Poder Judicial al Ejecutivo, estamentos de una misma chola con otra pollera so pretexto del “proceso de cambio”.
El mundo y nuestro país muestran caras risueñas y tristonas, con noticias de la farándula y de la feria de vanidades que es el período preelectoral. Mueve a risa una que ensalza sus atributos en “Booty”, canción de su último álbum; pondrá de moda el “Twerking”, pose casi agachada que mueve el trasero de arriba hacia abajo, de izquierda a derecha. Vaticino que será publicidad indirecta para cirujanos plásticos que tendrán filas de clientas en pos de bolas de fulbito, fútbol o básquetbol (las más osadas), de implantes de silicona en sus nalgas. Si de propaganda se trata, ¿no incitan cara tristona cínicos argumentos de la lluvia de publicidad del supuesto buen gobierno del candidato prorroguista? Dejan chiquita a la guerra sucia de grabaciones de uno alardeando de propaganda a su favor que fuera malgastar dinero de todos en el fracaso del G77 más China; y otro, opositor, que mostró hilacha de mandamás autoritario al socapar a un agresor marital y resbalar a extorsionador.
No sé usted, apreciado lector, pero me río del apoyo de los cinco presidenciables a la unión gay. Quizá aplaude algún candidato oficialista a senador que condonó acosos, violaciones y asesinatos a féminas que visten ‘provocativamente’, al tiempo que entristece la sequía de ideas para contener la marea de casos reales de violencia contra las mujeres. Tal vez lamento fútil es pensar que se granjean el mismo desprecio los policías ultrajadores de una chica minusválida, que los militares que violaron a una joven premilitar, mientras mi otro yo se ríe porque los culpables quizá serán tapujados por sus “camaradas”.
¿Qué nos pasa? Puede que los enconos y prejuicios no llegan a los crímenes soviéticos de 22 mil polacos en Katyn, a matanzas de miles de Tutsis a machetazos en Ruanda, a que acribillen a veintenas de cristianos en Siria, pero ya ocasionaron muertes en celadas chapareñas, ríos pandinos y hotel cruceño. Así suene a lamento de vejete nostálgico de lo vivido, tal vez la raíz yace en la devaluación de valores, más que en haber andado de radio de onda corta a Internet vertiginoso, de pluma y tintero a procesador digital de textos. Lo que ha cambiado es la escala de valores que prioriza el éxito sobre la sabiduría. Al fondo yace la esperanza, dicen, pero la historia puede resumirse en el forcejeo de siempre entre el bien y el mal. Está en la sardonia de risa y llanto desde que el hombre se irguió sobre sus pies, hasta que uno caminara en la luna.
El mal parece prevalecer, porque si hay un proceder generalizado en el mundo, es la corrupción. En el ‘paquito’ que gana unos pesos permitiendo infracciones, hasta en el ministro que recibe ‘coimisiones’ por caminos sobrevaluados. En las mentirosas promesas electorales, que cerradas las urnas terminarán por ensuciar avenidas de volantes y afiches. Miro un jacarandá vecino al que agrede una siempre verde planta parasitaria y río porque la hiedra de la corrupción en Bolivia ahoga pero no mata, que si lo hiciera, moriría también.