El Abra, fiesta bailable
El Abra, fiesta bailable
Víctor H. Romero.- "Gran celebración a nuestra Señora de Urkupiña en el Recinto Productivo de El Abra, te invitamos a ser parte de esta celebración religiosa, el sábado con las vísperas, el domingo con la ceremonia eucarística seguida de la procesión y entrada folclórica con las siguientes fraternidades: Caporales, tinkus, morenada, negritos, antawara, pujllay. Artistas invitados: La Re-pandilla, Grupo KLB, Nítido, Mariachi Diamante y muchos otros más. Platos a servirse: Pique macho, lechón, pollo al horno, lapin. Transporte: Trufi N (cartel verde), trufi 233 (El Abra) pasan a dos cuadras (km 4 a Sacaba entrando por Quintanilla dos cuadras al sur). No faltes te esperamos”.
Así reza, más o menos, el afiche promocional de cualquier evento. Si uno no está al tanto, podría llegar a creer que se trata de una fiesta bailable cualquiera, en una OTB más, en la que se beberá, comerá y bailará prácticamente hasta el amanecer. Además, la invitación es para dos días, un mini preste. Sin embargo, lo que llaman Recinto Productivo no es otra cosa que la Cárcel de Máxima Seguridad de El Abra y que en su tiempo fue de las que mejor se acomodaba en diseño a los requerimientos para un penal en el que deberían recluir a los más peligrosos delincuentes, no sólo de Cochabamba también del país. Además que dentro, sí se cumpliera con el régimen que toda penitenciaría exige y no como en las otras, la emulación de una pequeña ciudad en la que si uno no cae en cuenta que está encerrado, puede existir fingiendo que está de visita en una aldea propia del universo de Mad Max.
Para que la fiesta de “Urkupiñita” haya terminado en masacre (cuatro muertos, once heridos), tuvieron que pasar muchas cosas previas que estaban fuera de toda norma y lógica. Por ejemplo, la simple difusión del afiche es ya una llamada de atención sobre lo que no debe ocurrir en un penal de máxima seguridad. Allí no se permiten fiestas, tampoco se le cambia el nombre a la penitenciaría. Es más, no debería estar permitido ni siquiera el ingreso de grupo musical alguno, menos de un mariachi, tampoco invitar a propios y extraños. Ese cartel revela que El Abra era todo menos una cárcel.
El sentido común nos dice que para que se haya permitido la simple realización de la fiestecita ya se estaba vulnerando la normativa, lo que en un principio los propios policías de la penitenciaría debían alertar y por supuesto impedir. De igual manera, cualquier autoridad judicial, de la gobernación o municipalidad que haya visto el afiche tendría que haberse dado cuenta de que algo andaba mal. También los de la “Defensoría” que suelen actuar bien tarde y burocráticamente, ni qué decir de los periodistas que por falta de olfato no detectaron el afiche que de hecho hubiera sido una “buena” nota. Lo cierto es que nadie hizo algo, tampoco dijo algo y la fiesta se llevó adelante con toda normalidad.
Con los muertos en la morgue, los heridos en el Viedma, la reacción siempre tardía pretende investigar y descubrir lo que pasó, convirtiendo a la fiesta bailable en una fiesta de disfraces, en la que todos se proponen fingir un rol, buscando la verdad de los hechos, acaso hacer justicia de manera tragicómica y por demás insensible, cuando en los hechos no va a pasar nada. Descubrirán que el autor intelectual no es el crimen organizado que rige en el país, sino un reo de El Abra que había sido todavía más malo que el Tancara, al cual condenarán más años y probablemente le salven la vida llevándolo a otra cárcel de supuesta máxima seguridad. Tiempo después todo volverá a ser normal, lo reos continuarán fingiendo que su cárcel es una aldea cualquiera, que los policías están para cuidarlos y que al año, en la misma fecha, luego del homenaje póstumo a las víctimas fatales, el afiche volverá a imprimirse con la esperanza de que no faltes a la cita.
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