EDITORIAL
. Un referéndum que sienta precedente
. Un referéndum que sienta precedente
El referéndum de Escocia se puede observar que la relación entre globalización y regionalización puede ser complementaria y no antagónica
La decisión de los escoceses de mantenerse en el Reino Unido no sólo afecta a esa nación sino que tiene repercusiones geopolíticas muy importantes. Es posible afirmar que en el devenir será tan referencial como en su tiempo fue la caída del Muro de Berlín.
Internamente, porque el resultado del referéndum muestra que más allá de legítimos (o no) intereses separatistas, cuenta en la vida cotidiana los intereses de la gente, y ésta busca garantizar su seguridad más aún si, como se presume, los niveles de vida pudieran sufrir un deterioro ante una eventual separación.
Sin embargo, esta tendencia no es obstáculo para que regiones con identidad propia persigan niveles cada vez más amplios de autonomía. Se trata de un sentimiento muy generalizado en el planeta donde, como contrapeso a la interdependencia mundial por la globalización, la impronta de lo local tiene más fuerza.
En el caso de Europa, cuyo mapa en lo que va del último siglo y medio se ha modificado en varias oportunidades, se ha seguido con especial atención este proceso porque Escocia no es la única región que busca separarse de países ya constituidos. En España, Cataluña (a la que puede seguir la región vasca) vive un intenso un proceso separatista al punto que se está frente a un referendo –impulsado por el gobierno regional pero rechazado por el nivel central-- que consultando si la población catalana está dispuesta a ir por la separación o no de España (aún no se pone en consulta la separación misma). Y hay que recordar que falta muy poco para consolidar la división de Bélgica. En todos esos casos, se puede presumir que el resultado escocés será negativo para las corrientes separatistas.
También en nuestra región el resultado escocés tendrá repercusiones porque en muchos países se desarrollan procesos autonómicos frente a sistemas excesivamente centralizados que han limitado el desarrollo de los pueblos. De una u otra manera y con diversos grados de confrontación existe una pulsión entre corrientes que buscan que las regiones tengan cada vez más atribuciones y recursos para definir sus derroteros, y corrientes que, más bien, siguen privilegiando un centralismo que la historia se ha encargado de demostrar que ya ha cumplido su ciclo.
En definitiva, en el referéndum de Escocia se puede observar con mucha nitidez la dialéctica entre globalización y regionalización, relación que no debería ser enfocada como antagónica sino crecientemente complementaria. De hecho, en el país, pese a los esfuerzos centralizadores emergentes de posiciones ideológicas que desde 2006 intentan paralizar el proceso autonómico, más está pudiendo la realidad y con marchas y contramarchas se perfila ya la estructura del Estado con un gobierno central que cumpla funciones de armonización, adecuación de políticas y equilibrio de ingresos, frente a regiones que sin vulnerar la unidad nacional y bajo principios de equidad y solidaridad, tengan capacidad forjar y decidir, en un amplio marco de participación democrática, su destino.
En todo caso, lo cierto es que Escocia ha reabierto un debate más que un conflicto.
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