DESDE LA TRINCHERA
“Cuando el amor llega así…”
“Cuando el amor llega así…”
Demetrio Reynolds.- Una mañana, al salir de mi casa, vi a una niña solitaria que daba de mamar a su bebé. Como no tenía prisa, me detuve a contemplarla. Estaba sentadita en un gradiente de la vereda a la salida de un garaje. Para no inquietarla con mi curiosidad, fingí mirar distraído a los viandantes.
Su estampa de muchachita tierna y humilde me llamó la atención. ¿Quién será? ¿De dónde vendrá? Si me acercara a preguntarle, tal vez se espantaría; pero por su perfil externo se podía adivinar su situación. La primavera resplandeció un momento fugaz en su vida y no volverá nunca más… ¿Saben? Yo también, hace tiempo, pasé por ese mismo trance dramático: “Tristeza de juventud, pecado de amor”.
Ahora recuerdo. Sorpresivamente nos salió al camino el amor y nos envolvió en su fuego; ni ella ni yo sabíamos lo que era “eso”, de ahí que nos abandonamos sin importarnos lo que vendría después. Nadie olvida las circunstancias de esa primera aventura; es siempre una historia muy personal que no se repite nunca. Es como la huella digital de tanta gente en el mundo.
Bueno, así son las cosas.
¿Cómo la llamaríamos? Si es verdad que “por subjetivo que se crea, todo nombre se parece en algún modo a quien lo lleva”, como decía Gabo, podría llamarse Marcelina. Tiene la faz un poco pálida; es delgada y pequeña. Su mirada parece reflejar alguna ansiedad. Tal vez ha llorado mucho; en su rostro hay un acento de seriedad que no corresponde a sus años. Risueña y feliz, debería estar jugando todavía. Pero ahora tiene un “juguetito” hermoso que, el amor mediante, ha puesto Dios en sus manos.
¿Y el otro? No se sabe dónde está ni qué rumbo ha tomado. También él estaba en colegio igual que ella. Ahora ya no serán lo que soñaban, al menos ya no lo que deseaban antes de que el amor les cayera en pedazos como una torre de cristal. En una “morenada”, Ana María canta: “Aunque te vayas, aunque me dejes… con el retoño de tu cariño tengo por quién vivir…” Si Marcelina pensara lo mismo, encontraría en el deber maternal el sentido supremo de la vida.
Ha debido venir caminando. Al sentirse un poco fatigada, se sentó a descansar; proseguirá su camino en seguida. ¿Pero a dónde estará yendo? ¡Qué difícil será encontrar lo que busca! Tocará muchas puertas y escuchará la misma respuesta: “Si es con guagua, no”. Sin embargo, volverá a salir mañana y los siguientes días.
Al darse cuenta de que la observaba, se ha puesto de pie; ha apoyado contra su pecho al bebecito envuelto en aguayo y ha seguido su camino calle abajo. Quería correr tras de ella para ofrecerle ayuda. ¿Lo aceptaría? Es más seguro que no. ¡Pobre Marcelina! Llevas tu llanto vertido hacia dentro… Y yo también.
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