Jueves, 25 de septiembre de 2014
 

SURAZO

El voto violado

El voto violado

Juan José Toro Montoya / Existen muchas formas de ejercer la ciudadanía pero la más sublime es el voto.

Cuando uno se encuentra frente a la o las papeletas que sirven para la elección de autoridades no está cumpliendo una mera obligación, sino que está formando parte de una enorme maquinaria ciudadana. Ese voto, sumado a los demás, decidirá quién o quiénes gobiernan en todo o en determinada porción del territorio nacional. He ahí su inmenso poder.

Mucha gente cree que su voto no importa porque es uno solo y no hará diferencia. Falso. Un voto puede determinar una elección y por eso los políticos pelean por todos y cada uno de ellos. Si todos los ciudadanos entenderíamos el valor que tiene nuestro voto, seguramente le dedicaríamos un poco más de tiempo a la reflexión destinada a decidir su destino. Y es que parte de la esencia del voto son la libertad, aquella facultad natural que tiene el ser humano de obrar de una manera u otra, y la voluntad, la que nos permite decidir y ordenar nuestra propia conducta. La suma de ambas facultades se traduce en el libre albedrío, entendido como la potestad de obrar por reflexión y elección.
Todas esas facultades se ejercitan en el momento de ejercer el voto. Por eso es que éste debe ser emitido en secreto, lejos de la vista de otras personas. Ahí, en el cubículo, en el cuarto oscuro o simplemente sobre el pupitre o la mesita cubiertos por cartones, marcamos la o las casillas con un signo que es la traducción de nuestra libertad, de nuestra voluntad y de nuestro libre albedrío.
Ahí tendría que terminar la cosa pero, lamentablemente, ese procedimiento que, cuando es respetado, incluso trashuma espiritualidad, suele ser vulnerado en Bolivia de diferentes maneras.
Por una parte está el fraude; es decir, aquella acción destinada a torcer la voluntad popular reflejando un resultado distinto del real. El fraude no respeta el voto porque no lo toma en cuenta… es más: lo desecha o suplanta. A lo largo de nuestra historia, muchos de los procesos electorales se mancharon con la suciedad del fraude y, al hacerlo, simplemente reflejaron el ningún respeto que los políticos tienen por la voluntad popular y por la majestad del voto.
Por otra parte está la perturbación; es decir, aquella acción de perturbar, molestar, trastornar o modificar en todo o en parte el orden natural de un hecho social o un procedimiento.
Idealmente, el voto debería ser el resultado final de un proceso reflexivo en el que el ciudadano, luego de revisar las propuestas de los candidatos, decide a cuál o cuáles entregarle esa expresión de confianza. Si el proceso siguiera su orden natural, el resultado sería la elección de autoridades como resultado de la voluntad popular, pero eso es algo que ha ocurrido muy pocas veces en Bolivia.
En nuestro país, el voto no siempre lo decide la reflexión sino la emoción, el sentimiento de aceptación o rechazo, estados afectivos que pueden ser influidos por regalos o bonos.
Si el voto no es el resultado de una decisión libre y voluntaria del ciudadano, pierde su cualidad y se convierte en un simple acto reflejo cuya suma no es la expresión de la voluntad popular sino de su grosera manipulación.