Domingo, 28 de septiembre de 2014
 
No basta decir cosas

No basta decir cosas

Fray Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- Hoy cerramos el mes de la Biblia en Bolivia y celebramos la Jornada Nacional de las Sagradas Escrituras o Biblia, con el lema “con Cristo desvelamos la vida nueva”. Hoy es el domingo vigésimo sexto del tiempo ordinario, la lección que nos da la Palabra de Dios, empezando por la lectura del profeta Ezequiel, seguida del salmo responsorial y el evangelio de Mateo 21, 28-32, es que son necesarias las obras; no bastan las palabras, las buenas intenciones, hay que hacer lo que se dice y se promete. Un dicho antiguo dice: "el infierno está empedrado de buenas intenciones". El Señor espera que cumplamos lo que hemos prometido. A un político no se le aplaude sólo por sus intenciones o promesas en época electoral, sino porque cumple lo que prometió.
La primera lectura, tomada de Ezequiel, compara la conducta del justo y el malvado. Si alguien es justo, pero después "se arrepiente de la justicia, muere por la maldad que cometió". Hay que perseverar en el bien. Si el malvado "se convierte de la maldad, el mismo salva su vida", pues al malvado Dios le pide que se convierta. El mensaje del profeta está lleno de la esperanza. Hay invitación a confiar siempre en la bondad y el perdón de Dios. Nadie está perdido ante Dios si es que se convierte y se arrepiente, pues Dios es compasivo y misericordioso, Dios no se cansa de perdonar.
Hay quienes siempre están mirando al pasado, o sea al pecado cometido por los antepasados. Para el profeta Ezequiel esa actitud es algo que no va con la bondad de Dios, pues Dios perdona para siempre. Para los judíos que se encontraban en el destierro, los mayores pecaron. Por ello, merecen ahora la opresión y la ruina que están sufriendo. Creen que ya no pueden hacer nada. El profeta les da un mensaje de esperanza. No estamos cargando resignadamente las consecuencias de los pecados de las generaciones que nos precedieron. El pecado sólo recaerá sobre quienes los cometen. Estas palabras tardaron en entenderse por los judíos.
Jesús, en el evangelio de Mateo 21, 24- 32, nos regala una parábola sencilla y expresiva con la cual echa en cara a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, orgullosos de su pertenencia al pueblo de Dios que no basta esto y que no están actuando correctamente. El hijo que dijo que no iría a trabajar a la viña pero luego fue, ese hizo la voluntad del padre. Pero el que dijo que iría y no fue, ese no hizo la voluntad del padre. Con esta parábola contrapone Jesús a los publicanos y prostitutas que tienen mala fama, con los judíos que se creen justos, pues los primeros han acogido el mensaje de Jesús y se han arrepentido.
El evangelio nos ilumina y orienta. No basta la pertenencia al pueblo de Dios, no bastan las palabras, lo que cuentan son los hechos. Los judíos creían que por el hecho de ser judíos, estar circuncidados, ya habían conseguido todo. Jesús señala que habían dicho rápidamente “sí”, pero luego no obedecieron. En general, los judíos no hicieron caso ni a Juan Bautista ni a Jesús.
El ejemplo o parábola estaba dirigida a los judíos y hoy a cada uno de nosotros, a todos los miembros del pueblo de Dios, la Iglesia. Todos los bautizados formamos la Iglesia. No hay cristianos aislados, nadie va por libre. Por ello, cada cristiano debe hacerse la pregunta: ¿en cuál de los dos hijos nos vemos reflejados? Parece fácil cuando estamos en celebraciones, en el templo contestar "amén", cantar "aleluya", dirigir alabanzas a Dios. Pero nuestra fe en esos momentos, ¿se traduce en obras?
Jesús dice: “No entrará en el Reino de los cielos aquel que dice Señor, Señor, sino el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo”, “el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”, “el que edifica sobre roca es el que oye estas palabras y las pone en práctica”. No podemos olvidar estas enseñanzas de Jesús.
El que dijo “no” representa a tantas personas que también hoy pueden sentir momentos de rebeldía contra la Iglesia, los padres, la tradición o contra Dios mismo. Los que dicen “si”, muchos seguramente son consecuentes o intentan serlo en sus vidas. Pero sucede que algunos pronunciaron un “sí” superficialmente, sin personalidad, por tradición o por miedo. Por afuera dice sí, pero en su interior están diciendo no.
La parábola que hoy se dirige a nosotros no es una invitación a imitar al hijo que dijo “no” o a las prostitutas o publicanos, sino más bien es una invitación a imitar a aquellas personas que se convirtieron y cambiaron en una actitud de verdadera fe. Es un llamado a hacer el bien y no tanto a decir cosas. La fe sin obras es muerta, dice el apóstol Santiago en su carta.