EDITORIAL
Ecuador, entre la radicalidad verbal y el pragmatismo
Ecuador, entre la radicalidad verbal y el pragmatismo
Rafael Correa no deja de dar muestras de un pragmatismo y de una racionalidad económica muy poco común en nuestro continente
Durante los últimos días, Ecuador ha sido sede de dos foros internacionales, ambos muy representativos de las profundas transformaciones que de manera silenciosa pero muy eficiente están produciéndose en el país gobernado por Rafael Correa. Ambos encuentros pueden ser vistos como la más fiel expresión de los nuevos rumbos hacia los que tienden a dirigirse los procesos políticos y económicos latinoamericanos.
El primero de los foros a los que nos referimos tuvo lugar en Guayaquil. Fue organizado por la Federación Interamericana Empresarial (FIE) y reunió a empresarios y economistas para analizar los resultados y perspectivas de la dolarización de la economía ecuatoriana, la muy singular fórmula adoptada hace ya casi 14 años para estabilizar su economía y eliminar cualquier riesgo de recaer en la inflación y el manejo irresponsable de las arcas fiscales.
Casi simultáneamente, pero en Quito, se realizó el Encuentro Latinoamericano Progresista en el que participaron representantes de 35 organizaciones de izquierda de 20 países latinoamericanos. El propósito de ese encuentro fue la aprobación de un plan de acción “para contrarrestar el resurgimiento de la derecha en la región”.
Como telón de fondo de ambos encuentros, el gobierno de Rafael Correa fue durante las últimas semanas motivo de muy intensas polémicas tanto en los cenáculos de la izquierda latinoamericana como en círculos académicos y empresariales, pero ya no por su muy conocida belicosidad verbal sino por sus muy controvertidas decisiones. Desde un extremo al otro del espectro político se hizo muy común la frase según la cual a los gobernantes no hay que juzgarlos por lo que dicen sino por lo que hacen.
Los actos de Correa que dieron lugar a las controversias son muy concretos y están más allá de las disquisiciones teóricas o doctrinarias pues su elocuencia práctica es más convincente que cualquier discurso. Entre ellos se destaca la decisión de mantener al dólar estadounidense como moneda oficial del Ecuador y la también reciente culminación exitosa de las negociaciones entre el gobierno de Ecuador y representantes de la Unión Europea para la suscripción de un Tratado de Libre Comercio (TLC).
Como es fácil suponer, no fue fácil para Correa defender ambas decisiones ante los pregoneros del socialismo del Siglo XXI. Sin embargo, y con el mismo énfasis con que en su momento defendió la dolarización afirmando que sería catastrófico para su país restablecer una moneda propia o justificó su reconciliación con los TLC, convocó a la izquierda latinoamericana a afrontar “los nuevos retos que enfrentan los gobiernos progresistas”.
Así pues, y aunque a primera vista no parezca coherente que sea el mismo personaje quien enarbole posiciones tan diversas, lo que en verdad cuenta es que Rafael Correa no deja de dar muestras de un pragmatismo y de una racionalidad económica muy poco común en nuestro continente, lo que tal vez se explique por su formación académica adquirida nada menos que en aulas de Chicago, donde obtuvo su doctorado en economía.
De cualquier modo, lo cierto es que Ecuador, como Bolivia, está logrando una notable combinación entre retórica socialista y liberalismo práctico.
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