Comenzar por casa
Comenzar por casa
Fray Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- En la primera lectura de este domingo, Isaías 5,1-7, el profeta reproduce un canto de amor a la viña. El dueño hizo en ella todo lo que un buen agricultor puede hacer para asegurarse una buena cosecha. El profeta aplica la comparación al pueblo de Israel y a la ciudad de Jerusalén. Dios ha derrochado con su pueblo elegido toda clase de cuidados: “¿qué más podía hacer por mi viña que no haya hecho?”.
La parábola de Jesús, Mateo 21,33-43, la dirige Jesús a los sacerdotes, ancianos, dirigentes religiosos y a todo el pueblo. Esta parábola nos da un resumen nada optimista de la historia del pueblo judío en su relación con Dios. Dirige Jesús a sus oyentes una pregunta para que contesten ellos mismos: “¿qué hará de aquellos labradores?”. Es una pregunta similar a la que Isaías intercala en la queja de Dios: “ahora, habitantes de Jerusalén, sean jueces entre mí y mi viña”.
La parábola se dirige hoy a la Iglesia -la Iglesia está formada períodos los bautizados- se le pide dar frutos. En vez de uvas dulces y maduras produce solo agrazones. El Vaticano II recuerda en la Lumen Gentium, n. 8, que la Iglesia “encierra en su propio seno a pecadores y, siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación”. Y también nos dice en el decreto sobre ecumenismo, “que la Iglesia peregrina en este mundo es llamada por Cristo a esta perenne reforma de la que ella, en cuanto institución terrena y humana, necesita permanentemente”.
Esta parábola de la viña es un reproche de Jesús a sus contemporáneos, sobre todo a la clase dirigente, a todos los que no han sabido ver en él al enviado de Dios Padre, que como pueblo elegido no han ofrecido a Dios los frutos que esperaba. Hoy va dirigida la parábola a todos los que nos llamamos cristianos. El profeta nos podría decir: la viña del Señor es la Iglesia de Cristo. La esterilidad y la infidelidad se pueden repetir en cada uno de los cristianos y pudiéramos preguntarnos: ¿somos una viña que da frutos, los frutos que Dios está esperando?
A la familia la llamamos Iglesia, es la iglesia doméstica. En este primer domingo de octubre se inicia en Roma el sínodo de obispos que reflexionará sobre el rol e importancia de la familia en la Iglesia y en el mundo, iluminados por la Palabra de Dios. Octubre es el mes de la Familia en Solivia.
El examen de conciencia o revisión de vida al que nos invita la Palabra de Dios de este domingo ha de empezar por casa, o sea, por la familia. Habría que leer en clave de familia; cada familia es como una viña que el Señor ha plantado amorosamente con el sacramento del matrimonio. El sacramento del matrimonio hace que la familia sea un reflejo de Dios uno y trino. ¡Cuántas gracias ha derramado el Señor en las familias a través del sacramento grande, como lo llama el apóstol Pablo! ¡Cómo ha ido conduciendo, alentando, orientando el Señor con las gracias del sacramento del matrimonio!
Para el examen de conciencia nos puede ayudar lo que Pablo nos dice en la segunda lectura, filipenses 4,9 y también Pablo en la carta a los Gálatas 5, 22-23, donde enumera los frutos del Espíritu: amor, alegría, paz, magnanimidad, afabilidad, bondad, confianza, mansedumbre y temperancia.
El apóstol aconseja a los filipenses que puedan gozar de la paz, una paz que ante todo debe ser interior, pues la paz viene de Dios. Para ello la familia es la primera escuela de oración y de acción de gracias a Dios. Él es quien guía y ayuda a superar las preocupaciones y problemas de la vida familiar. El apóstol sigue diciéndonos que es necesario deponer la angustia proponiéndonos el gran remedio de la oración; en la oración se abren los horizontes, se amplía el amor. Todos queremos vivir en familia, tener una familia que viva en felicidad y gozar de paz en ella. ¡Qué bien nos haría leer la Palabra de Dios en la familia! El principal momento de la oración familiar es la participación en la eucaristía el Día del Señor, el domingo. Es muy necesario volver a poner como centro del domingo la participación en la misa dominical como nos pidió San Juan Pablo II y también el Papa Francisco.
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