EDITORIAL
Hong Kong y la fragilidad del poder chino
Hong Kong y la fragilidad del poder chino
Es tan grande el margen abierto a la incertidumbre, que los conflictos de Hong Kong confirman que el mundo actual está lejos del anunciado fin de la historia
Como si los múltiples conflictos que en diferentes puntos del planeta no fueran suficientes para poner en duda la validez de todas las teorías que durante los últimos tiempos intentaron dar explicaciones comprensibles a los acontecimientos contemporáneos no fueran suficientes, las masivas protestas que se han desencadenado en calles de Hong Kong se han sumado desde hace algunos días a la ola de sorprendentes acontecimientos.
Es tan vertiginoso el ritmo al que se desarrollan los hechos y tan imprevisible el curso que tomarán, que hasta el omnipotente Partido Comunista Chino (PCCh), que hasta ahora no tuvo mayores dificultades para ejercer su control absoluto sobre los más de 1.200 millones de China continental, se ve ahora en figurillas sin saber cómo hacer frente a unos cuantos miles de jóvenes que lo desafían.
En términos convencionales, no hay manera de explicar el fenómeno. Es que nunca antes se había hecho tan evidente la fragilidad de los tradicionales pilares del poder económico, político y militar. Y así como hace un par de años las revueltas en los países árabes desencadenaron el desmoronamiento de muchos de los regímenes que hasta entonces parecían inconmovibles, los estudiantes de Hong Kong se presentan ahora como el mayor desafío para el de régimen gubernamental más monolítico y poderoso del mundo.
De nada sirven, ni para los gobernantes que tienen que afrontar esos desafíos ni para los intelectuales que tratan de explicarlos, las experiencias del pasado. Para los jerarcas del PCCh, por ejemplo, resulta inviable cualquier tentación de recurrir a los mismos métodos que tan buenos resultados les dieron en 1989 cuando similares manifestaciones se produjeron en la plaza Tiananmen. Y para los analistas, los paradigmas convencionales resultan del todo insuficientes.
Mucho les gustaría sin duda a los gobernantes chinos de hoy poder aplicar en Hong Kong las fórmulas dictatoriales que con tanta eficiencia han logrado perfeccionar durante las últimas décadas. Y si ahora no se atreven siquiera a intentarlo, no es por falta de deseos o por excesivos escrúpulos. Es, simplemente, porque los valores y principios democráticos y todos los límites que imponen al ejercicio del poder han logrado prevalecer en el mundo actual a pesar de las dificultades y los continuos traspiés.
Hong Kong, felizmente, ya está muy lejos de Tiananmen por lo que no es posible que el atrevimiento de los jóvenes rebeldes sea ahogado en sangre con tanta facilidad como cuando unos cientos de muertos, miles de heridos y desaparecidos fueron suficientes para restablecer el orden sin que el costo político sea demasiado alto.
Son tan poderosas las fuerzas que están midiéndose en las calles de Hong Kong, que no es posible prever un desenlace que sea plenamente favorable a alguna de las causas contendientes. Y si bien una solución radical, al estilo de Tiananmen es del todo inviable, tampoco se puede concebir la posibilidad de que el régimen chino ceda fácilmente una victoria a quienes tuvieron la osadía de desafiarlo.
Es ese enorme margen abierto a la incertidumbre lo que marca el ritmo de la historia contemporánea. Nada que se parezca al fin de la historia, teoría tan en boga hasta hace algunos años.
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