Sábado, 11 de octubre de 2014
 
Con derecho a reprimir

Con derecho a reprimir

Víctor H. Romero.- En tiempos electorales suele ponerse de moda el nada superficial término de “democracia”. Se lo repite hasta el cansancio, todos hablan de ella, a veces bien, otras mal, pero casi siempre suelen poner el concepto en el máximo de los altares y lo usan de excusa divina para que además justifique la aplicación de una serie de medidas puristas y puritanas que no siempre son democráticas en su esencia, que corresponden a una visión conservadora y hasta represora de libertades.
Para ser honestos, no me caen mucho aquellos que se jactan de ser democráticos, de conocer a la democracia en todas sus niveles, de creerse la esencia celestial de lo políticamente correcto, a tal punto que tratan de imponer su criterio como si este fuera la orden divina que todos debemos obedecer sin pestañear. Para mí este tipo de personas son “poseros” que no se atreven a decir en voz alta a qué lado vota su corazón, porque estoy consciente que hay distintas democracias, algunas más completas que otras y que una absoluta, no existe.
Suelen ser los periodistas, comunicadores, conductores de televisión, analistas y demás variantes sociales los que ubican a la democracia mucho más alto que la punta de la pirámide egipcia de Kefrén, pose que aprovechan para emitir criterios, como el valor del voto, la esencia democrática de elegir, el derecho de ir a las urnas. Sin embargo, este protocolo eclesiástico es refrendado por el sistema y sus consideraciones, que emergen desde la democrática caverna de Platón, el Órgano Electoral Plurinacional (ex Corte Electoral Nacional), el nombre no importa mucho, porque la normativa sigue siendo la misma y poco democrática.
¿Poco democrática? Si sostengo que si bien el votar es un derecho, nadie debería obligarte a hacerlo, puesto que en mi lógica también es válido no ir a votar, porque necesariamente no se está de acuerdo con el sistema, con ninguno de los candidatos y/o partidos, entonces no voy y me quedo en casa, esa es una decisión también democrática a respetarse, por tanto ¿por qué debería ser multado con 400 bolivianos? Me impiden hacer transacciones bancarias, me obligan a ir a votar cuando no quiero hacerlo. En lo personal, el acto de votar es rendir un silencioso y masivo homenaje a quienes dieron su vida para recuperar la democracia de la que hoy gozamos, pero ese es mi “charque”.
El hecho de que ingresemos a un espacio de silencio reflexivo, puede que vaya bien, pero tampoco exageremos con la prohibición, suspendiendo encuentros, fiestas, cumpleaños, celebraciones, a título de que estamos obligados a pensar bien antes de votar, porque de lo contrario multa y cárcel. No creo que se geste la contrarrevolución desde una discoteca, asumiendo conspirativamente la aplicación de la norma, puesto que no vivimos tiempos de dictadura. Me temo que el “auto de buen gobierno” no debería darse en una medida tan restrictiva que intenta prohibirte hasta la ingesta de una inofensiva lata de cerveza… ¿Por qué siempre somos para el sistema sospechosos?
Estoy de acuerdo que el día de la elección debe haber ciertas restricciones para evitar fraudes y demás tucuymas; tres días antes me parece exagerado. En mi lógica, si a mí me prohíben tomarme un vinito, tomo previsión y me compro mis botellitas antes de que la sociedad se enloquezca y vaya señalando a quienes no respetan el Auto de Buen Gobierno, que no es otra cosa que un pre Estado de Sitio. Puede ser que algunos me consideren un “libertino”, sin embargo asumo con dignidad mi derecho a bailar, beber y votar si me da la gana.