Lunes, 13 de octubre de 2014
 

PAREMIOLOCOGI@

El día después…

El día después…

Arturo Yáñez Cortes.- No me refiero a esa famosa película ambientada en el día siguiente de un holocausto nuclear, sino al día siguiente de las elecciones bolivianas. Aprovechando que esta opinión saldrá publicada ese día y como la escribo antes, en estos momentos –viernes 10– no tengo certeza de quién finalmente ganará las elecciones y menos la resultante asignación parlamentaria, lo que no me impide hacer algunos juicios al respecto.
Hoy habrá ganadores y perdedores, unos festejarán y otros lamentarán y/o pretextarán; habrá también odas a la democracia –en realidad al voto– puesto que democracia es mucho más que sólo eso; habrán odas al supuesto civismo de los votantes y el “tribunal electoral” seguirá tratando de justificar lo inocultable –su vergonzosa sumisión al oficialismo– y así otras actitudes acostumbradas.
Empero, de ahí viene aquello del día después, podría haber también un holocausto electoral, no sólo para algunos candidatos a los que les habrá ido como en la guerra (felizmente no nuclear), sino para aquella democracia que siendo mucho más que el voto, implica el establecimiento de un sistema (conjunto de elementos organizados y relacionados que interactúan entre sí para lograr un objetivo) de corte democrático o por lo menos, parafraseando al ex vicepresidente CÁRDENAS, “un régimen democrático con destellos autoritarios” en vez de “un régimen autoritario con destellos democráticos”.
La idea esencial de un sistema democrático se asienta en su dimensión substancial y no sólo formal (votar para todo y cada cierto lapso), lo que implica por lo menos, aún a riesgo de quedarme corto, en: a) el establecimiento de una real división de poderes; b) la sujeción a la constitución y a la ley de tod@s, incluyendo l@s poderos@s en todo ámbito (político, partidario, social, económico, etc.) y c) el efectivo respeto y protección de los derechos y garantías fundamentales de todas las personas, sean del partido que sean, piensen como les dé la gana y un largo etcétera que no les quita aquella protección inherente a su condición humana. En suma, la presencia de un sistema de pesos y contrapesos que de manera efectiva y no decorativa, impida que alguien, por muy poderoso y popular que pueda ser o creerse, le meta nomás e imponga su voluntad omnímoda por encima de tod@s.
¿Cómo se facilita o impide ese escenario? Se impide a través del establecimiento de equilibrios, que no son otra cosa que evitar otorgar cheques en blanco incluso mediante elecciones a cualquier persona, sea del pensamiento que sea, del partido que sea o tenga la condición que sea. Así las cosas, el peor negocio que puede hacer un estado para mantenerse o ser democrático y conste –aún bajo paraguas electoral– es otorgar el poder absoluto o cuasi absoluto a una facción que, por mayoritaria que pueda ser, jamás estaría facultada para sacrificar aquel conjunto de elementos que dan substancia a la democracia y que deben estar, siempre sustraídos al poder, incluso al de las mayorías. Es lo que FERRAJOLI denomina la “esfera de lo indecidible” o BOBBIO “el territorio inviolable”, pues la ausencia de límites a los contenidos de las decisiones de las mayorías, hace que aún bajo esos métodos democráticos queden suprimidas las esencias: siempre es posible por mayoría, suprimir los derechos políticos, los DDHH, el pluralismo político, la división de poderes o la representación, lo que convertiría a esa “democracia” en pura cáscara; por eso, con FERRAJOLI: “Para que un sistema sea democrático se requiere al menos que a la mayoría le sea sustraído el poder de suprimir el poder de la mayoría” ¿Habremos quedado así –hoy– el día siguiente…?