RESOLANA
Votar es una fiesta
Votar es una fiesta
Carmen Beatriz Ruiz.- Algunos observadores extranjeros se sorprenden del espíritu festivo con el que las y los bolivianos vivimos las elecciones. Más que fiesta, en realidad, convertimos el día de la votación en una serie de ferias territoriales, por barrios, por zonas, por municipios y ciudades.
Como corresponde, estas ferias, inspiradas en una mezcla de las tradiciones indígenas de los tambos y en la tradición española de las verbenas, tienen un poco de todo, desde música a todo volumen hasta juegos para niños, sin que falten los abundantes puestos de comida y los tenderetes con juegos de azar. Como es usual, la gente se toma las calles y las y los ciudadanos que van a votar comparten espacios con bulliciosas familias en espíritu de paseo, arrastrando bicicletas, patines, mascotas e improvisadas canchas de futbol. Y en medio de todo eso, las ordenadas filas de votantes y los circunspectos jurados electorales.
Pero, no siempre fue así. Todavía hay quienes recuerdan que en décadas pasadas acompañaron a sus padres en medio de tensiones, cuando el ejercicio de la ciudadanía estaba restringido a los hombres, que además debían demostrar ser propietarios y alfabetos. Cada partido debía contar con unos cuantos caciques, que en realidad eran capataces, encargados de reclutar votantes, cuando no de llevarlos a uno y otro recinto, asegurándose de un número determinado de votos por cupo, aunque los mismos ciudadanos tuvieran que votar en dos o más recintos.
La escritora Adela Zamudio describe fielmente una estampa de esa tensión en el valle cochabambino: “Cuando el joven jinete llegó al sendero, por el lado opuesto (…) desembocaba un somatén de gente (gente armada que no pertenece al ejército). Un hombre grueso y barbudo, encorvado sobre su montura, conducía una veintena de peones. También a él se le habían juntado algunos adherentes a lo largo del callejón. (…) Mudos, pero recíprocamente amenazadores, todos avanzaban en son de guerra. Les estaba prohibido usar revólver ni instrumento cortante alguno; pero marchaban provistos de otras armas: el insulto atrevido, la invectiva procaz, la burla cruel… (…) Los dos grupos entraron en la ciudad por distintas calles, animados, uno y otro, por el mismo empeño: el triunfo en la batalla electoral que iba a librarse enseguida” (Adela Zamudio. Noche de fiesta).
Si eso ocurría en los primeros años del siglo XX, en la década de los 50 hubo el uso “de la maquinita” que reproducía los votos como pan caliente, al punto que había mesas en las que el número de los votos escrutados superaba al de los ciudadanos inscritos. Tampoco están tan lejos hechos de violencia que terminaron con asesinatos múltiples, como ocurrió en los 90 en varias poblaciones del oriente.
Ahora votamos en fiesta y no desconfiamos tanto de los resultados. Es cierto que el voto es obligatorio y que, año a año, la población avanza en el acceso a su documentación gracias a las mejoras y a la eficiencia de las instituciones del área y a la necesidad de ese respaldo para cobrar los bonos diversos. Pero, no basta para entender el espíritu festivo de los días de elecciones. También nos gusta votar. Y no sólo a quienes comenzamos a hacerlo tardíamente, cuando la década de los 70 ya daba la vuelta, sino también, como se ve, les gusta a los más jóvenes. ¡Bien por nosotros!, las y los bolivianos somos constructores y protagonistas, por un día al menos, de estas fiestas democráticas.
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