BARLAMENTOS
Califato islámico y hegemonía aymara
Califato islámico y hegemonía aymara
Winston Estremadoiro.- Un amigo sugirió que comparase dos fenómenos de este tiempo, el califato islámico y la hegemonía aymara en Bolivia. El uno es propiciado por insurgentes que abogan por constituir un estado teocrático en porciones de Iraq y Siria, basado en la interpretación fundamentalista del Corán, la Biblia musulmana. El otro es el surgimiento de zelotes aymaras que proponen una hegemonía étnica en Bolivia.
El primer tema viene sesgado por noticias de crímenes por aquí y por allá. Plantea una partición de aguas entre la religión cristiana y el Islamismo: Cristo incita a amarse los unos a los otros para lograr el cielo, mientras que Mahoma dispone que matar a los infieles asegura un lugar en el Paraíso. ¿Quiénes son los infieles? Todos los que no son musulmanes.
La profusión de correos referentes a la invasión islámica en Europa es un corolario a lo que alertara Oriana Fallaci a principios del milenio: es un premeditado intento de islamizar Occidente según el Corán, que apunta siempre a la conquista por la razón o la fuerza. Hoy despiertan preocupados países europeos para los que la ola islámica se ha vuelto tsunami. La población musulmana ha crecido 30 veces, a dos millones y medio y más de mil mezquitas en Gran Bretaña. Dicen que Francia será república islámica en 39 años; hay más de 300 mezquitas en París, y en ciudades como Niza y Marsella el 45 por ciento de los menores de 30 años es de origen musulmán. En Bélgica, 25 por ciento de su población es de origen musulmán y la mitad de los recién nacidos lo son. La cosa es peor en Holanda: 50 por ciento de recién nacidos y en 15 años calculan que la mitad de la población será musulmana. Cuidado España, porque a la independencia catalana seguirá la vascuence, luego un califato en Andalucía.
Como el cristianismo, el Islam no es monolítico. Igual que católicos y protestantes entre seguidores de Cristo, los islamistas se dividen en sunitas (75%) y chiíes (25%): tan irreconciliables hoy como fueron las persuasiones cristianas de antaño, originando guerras en el empeño de convertir adeptos a las buenas o a las malas. El mundo islámico abarca desde el mar saharaui, en el Océano Atlántico, hasta el mar de Java, en el Océano Pacífico, pasando por el lado sur del Mediterráneo y el lado norte del Océano Índico.
Sus más conspicuas naciones serían Arabia Saudita (suní) e Irán (chií), cuyos intereses quizá atizan las fricciones, amén de su abundante petróleo que las financia. La una es mezcla de monarquía absoluta con teocracia suní de la cepa “salafista”, en referencia a “la forma correcta de actuar en función a las enseñanzas de píos predecesores”. La República Islámica de Irán es otra potencia hidrocarburífera, la más grande de persuasión chií. La una en forma solapada, la otra abiertamente, ambas nutren el fenómeno de la ‘Jihad’, (guerra santa) que “según ellos, la única forma de rehabilitar a los occidentales es asesinarlos en número suficiente para que su conversión y sumisión sea verdadera y humilde”.
Reduciendo el sangriento conflicto en el Medio Oriente al tipo de persuasión religiosa y a la geopolítica, es intento de extremistas suníes, rivales de Al Qaeda, de revivir un califato islámico en territorios árabes que potencias europeas dividieron y se repartieron en el siglo pasado, en lo que son Iraq, Siria y Líbano. ¿Qué es el ISIS, sino el Islamic State in Iraq and Siria de variante suní? Como apuntó Arturo Pérez Reverte, “¡es la guerra santa, idiotas!”
¿Y en Bolivia? Bueno, el fundamentalismo aymara (cosa mala) es deformación extremista de legitimar culturas ancestrales (cosa buena), de las que hay 36 en la nueva Constitución, pero con el aparente designio de que la primera entre iguales, sería la aymara lanzada a conquistar el multicultural país. A revalorizar las culturas ancestrales se opone el resentimiento acomplejado de siglos de explotación: exige tratar cada caso étnico sin idealizar. Aun más perniciosa es la impostura del que habla de un modo y actúa de otro, que los indígenas de tierras bajas pudieran achacar a los que mandan hoy. De toda forma, “el indianismo de este Gobierno es de caricatura”, critica la socióloga Silvia Rivera Cusicanqui. Después del éxito electoral queda la velada amenaza de renovar falaces cambios con imposición étnica en desmedro de todos los ciudadanos. Ojalá que no sea dando cuerda a extremismos.
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