Miércoles, 22 de octubre de 2014
 
“Espejitos” para los maestros

“Espejitos” para los maestros

Demetrio Reynolds.- Está pasando ya el ruidoso afán electoral (con restos de polvareda en el camino). Ahora se puede avizorar otros horizontes. Por ejemplo, recordar que mientras se desarrollaba la campaña, los maestros se titulaban masivamente de licenciados. Y de paso supieron que pronto vendrían también las maestrías y los doctorados para empujar por la pendiente, cual si fuera una bola de Sísifo, la “Avelino Siñani”.
Entonces dije para mis adentros, incluso para mis afueras: “A ese gato ya lo conozco”. Recordaba que los reformadores del 94 intentaron ponerle el cascabel, y no pudieron hacerlo; pero quedó la apariencia. A veces, como ahora, más vale la apariencia (por su utilidad política) que el motivo real. Se sobrentiende ahora que con los licenciados la aplicación de la reforma mejorará. ¿Será? Este es el desafío.
Llevar la teoría a las aulas, plasmada en metodología didáctica coherente, es una tarea compleja. Pero es en el aprendizaje de los alumnos donde hay que evidenciar el éxito o fracaso de una reforma. En la anterior no hubo seguimiento sistemático ni evaluación comparativa de aprendizajes. En las otras del siglo XX sucedió otro tanto, y también por la incompetencia profesional. Los reformadores de hoy debían estudiar esas experiencias; hubieran aprendido a no reincidir en errores.
Un sistema funciona (si es que funciona) con una estructura básica de tres niveles, a saber: el ejecutivo, donde se toman las decisiones; el técnico, donde intervienen los especialistas y, finalmente, el operativo, donde están los maestros. Tienen distinta jerarquía burocrática, pero su importancia es similar; cuando alguno de ellos falla, ya no hay reforma. La “mesa coja” se caerá más temprano que tarde.
¿Con qué orientación fundamental se realiza el Profocom? (Los maestros lo llaman con ironía “flojocom”, por algo será). Si es para mejorar su competencia profesional sin apartarlo de su labor específica en el aula, valdría la pena. Pero una licenciatura que no sea sino un remedo del egresado de las universidades o sólo para encandilarlos con una nominación ficticia, no sirve. Hay que recordar una cosa: en este nivel, se necesita más que una inteligencia superior, una gran personalidad.
La anterior reforma tuvo en varios campos un propósito correcto, entre ellos el de mejorar el desempeño del maestro en el aula, pero no supo cómo hacerlo (el cascabel mencionado). Se corrigió el callejón sin salida que era la carrera docente; las universidades también podían formarlo. Pero ni éstas ni los Institutos Superiores (Normales) pudieron definir un perfil acorde con la exigencia de los cambios, ni se incorporó la licenciatura al escalafón docente para los efectos del salario.
Las portátiles y el grado universitario se parecen a los “espejitos” coloniales. Los aborígenes se impresionaron al verse por primera vez en un espejo, y a cambio de ese objeto raro podían hacer cualquier cosa. Los maestros también están encandilados y felices con sus laptop y su licenciatura, aunque nadie les reconozca un centavo por llamarse licenciados.