Lunes, 27 de octubre de 2014
 

DÁRSENA DE PAPEL

60-40

60-40

Oscar Díaz Arnau.- De cara a los resultados finales, los porcentajes del MAS se ven astronómicos al lado de las minúsculas barras que grafican la votación por las alternativas opositoras. Oficialmente, hasta la semana pasada, el MAS había logrado 61,04 %, seguido de UD 24,49 %, el PDC 9,07 %, el MSM 2,72 % y el Partido Verde 2,69 %. Los votos válidos de los que no votaron por el partido de Gobierno sumaban 38,97 %, es decir que casi el 40 % de la población no apoyó a Evo Morales.
Dos más dos son cuatro y no tres ni cinco; lo sabe mejor que nadie el más político de los matemáticos del país, el re-reelecto Álvaro García Linera. Primero, 60 gana a 40 y, por una simple comparación numérica, la legitimidad del triunfo del MAS no está en discusión.
Sesenta contra cuarenta... Ni Llena ni Media, la luna fue colmada jactanciosamente por Morales con la única frase de triunfalismo que anoté en su discurso conciliador de la noche del 12; la suya, por una cuestión de matemáticas y no de astronomía, puede ser tomada como una ilusión óptica, una expresión de deseo. Es evidente que ya no existe la Media Luna, aquella figurada y —a la luz de los guarismos— antediluviana manera de describir la situación política de cuatro departamentos frente al Gobierno nacional.
Segundo, en el terreno de la sociología electoral, hay preguntas clave aquí: ¿Por qué no votó el 40 % de la gente por Evo Morales? ¿Por qué prefirió a otros candidatos? Y, por último, así como no votó por Evo, ¿sería capaz ese 40 % de formar una sola masa, concentrándose en un candidato opositor único?
Las respuestas a estas preguntas sirven solamente para calcular el comportamiento del electorado en comicios generales futuros. Para elecciones subnacionales el análisis no puede ser absoluto, comenzando porque desaparece la hasta ahora atractiva figura de Morales y entran en escena los menos apasionantes liderazgos locales o regionales. No obstante, el 60-40 vale como referencia para la oposición en las justas de alcaldías y gobernaciones, sobre todo para los que son conscientes de la obligación —es para ellos vida o muerte— de aunar fuerzas en aras de una competencia menos desigual con el oficialismo.
Tercero, volviendo al plano de las matemáticas aunque sin dejar de lado la sociología, García Linera —revolucionario y a la vez creativo afecto a las “contradicciones”, con las que suele explicar la sui géneris constitución del Estado Plurinacional— debe advertir como nadie las paradojas que sostienen a su gobierno después de nueve años y a pesar de la irresoluble situación de pobreza del país. Por ejemplo notar cómo la mayoría de la población vota por candidaturas inconstitucionales, prohibidas expresamente en la Carta Magna, como si decidiera de motu proprio descerrajarse un tiro en su pie democrático.
Por último, ningún otro presidente había volcado su mirada hacia los indígenas al mismo tiempo que había contado con tantos recursos para encarar acciones tendientes a sacar de la pobreza a ese y a los demás sectores del país. Érase una vez un presidente cocalero, un hombre originalmente sencillo que supo leer la realidad como nadie y, al mismo tiempo, desaprovechar tan magnífica oportunidad histórica. Si en casi diez años, teniendo todo a favor, no atendió como debía a los suyos y a los otros que son también Bolivia, la factura no debería tardar en llegar… eso, en un país sin “contradicciones creativas”.
Las matemáticas son implacables: 60 de cada 100 bolivianos apoyan al MAS, mejor dicho a Evo Morales, y 40, aunque fragmentados, no. Todos los porcentajes que no sean el decisivo 60 confluyen en el menos robusto, pero a considerar, 40.