Miércoles, 29 de octubre de 2014
 

DESDE LA TRINCHERA

Los estragos de la telefonía celular

Los estragos de la telefonía celular

Demetrio Reynolds.- Por la incesante y maratónica actividad electoral a la que hemos sido sometidos, tal vez agravada por las limitaciones propias de un país mediterráneo, muchos problemas importantes de la vida moderna no están ni siquiera planteados en nuestro país; por tanto, virtualmente no existen. Pero vivimos bien; somos felices.
La adicción al celular es uno de ellos. Está causando estragos y, al parecer, ni nos damos cuenta, pese a que está a la vista su ominoso impacto. Y no porque la ignoremos dejará de existir el potencial peligro que comporta; es la espada de Damocles sobre nuestras cabezas El mal se conoce como “adicción extra lúdica”, y se produce cuando el pequeño artefacto de comunicación se convierte en un instrumento de compulsión. Sin poder aprovechar bien sus ventajas, simplemente nos está llevando por delante.
Otros países han empezado a preocuparse. Saben, por ejemplo, que el uso del móvil mientras se conduce un vehículo disminuye drásticamente la capacidad del conductor, equiparable a las condiciones de una persona provecta. Ese es el fenómeno más visible, pero genera también una contaminación electromagnética que enferma; ciertas conductas de desajuste social o desequilibrio mental tienen relación con el uso adictivo del celular.
No hay un lugar donde no se vea. Imaginemos una circunstancia familiar. En el almuerzo, a tiempo de sentarse a la mesa, dos colegiales (una muchacha y un muchacho) empiezan a manipular sus móviles; se produce el silencio de los convidados de piedra; es difícil entablar el diálogo; están virtualmente ausentes. Está averiguado que la restricción sólo provoca ansiedad. ¿Exageración? No. Poco más o menos, esa es la realidad que se está viviendo.
Los adolescentes constituyen la población más vulnerable. Lo que la vida cotidiana no les facilita todo lo que quisieran, los jovenzuelos buscan encontrar en la evasión ficticia. Munidos del celular, creen que el mundo está a su alcance. Claro que no se equivocan mucho, pueden ver en un instante lo que quieran. En los colegios hay una fuerza subterránea que marca la tónica de sus vidas. Todavía no hemos encontrado –ni buscamos tampoco– una forma de evitar mayores daños. Estamos viendo impasibles la avalancha.
Apareció con gesto providencial en el ámbito educativo. Sin embargo, una investigación efectuada en Perú trae esta desalentadora noticia: la aplicación de las computadoras no reporta ningún cambio significativo en el aprendizaje; es decir, da lo mismo utilizarlas o no; la esperanza era que cuando menos en este campo, con adecuado manejo, su utilidad sería incuestionable. Otras conclusiones hablan del síntoma visible de la adicción: el afectado ya no puede pasar sin el móvil; el efecto es similar –dicen los investigadores– al que se observa en los consumidores de drogas.
A estas alturas, como ya no podemos prescindir, la tarea ineludible es incorporar de forma sistemática, sin mezclar con la política, a los planes curriculares de los colegios. Hay que desarrollar criterios de uso racional y preventivo. Los profesores están obligados a dar ese salto a la modernidad, acompañando a sus alumnos, si no quieren quedarse arrinconados. Está claro que sin una debida orientación, la telefonía celular conectada a la Internet seguirá siendo un arma de doble filo. Según cómo se la utilice, puede ser una puerta hacia un cúmulo de ventajas o conducir directamente al infierno.