EDITORIAL
El embargo a Cuba, una reliquia inútil
El embargo a Cuba, una reliquia inútil
Ahora que está ingresando ya a la recta final de su mandato, Barack Obama tiene una buena oportunidad para poner a su país a la altura de los nuevos retos
Una vez más, y ya son 23 desde que el tema fue incorporado a la agenda de la Asamblea General de las Naciones, la inmensa mayoría de la comunidad internacional se ha pronunciado a favor de que se levante el embargo comercial –mal denominado “bloqueo” por la diplomacia cubana– que fue impuesto por Estados Unidos contra Cuba hace ya 54 años, en 1960, cuando la guerra fría estaba en uno de sus peores momentos.
La resolución, como todas las anteriores, ha sido muy poco menos que unánime. Sólo Estados Unidos e Israel votaron en contra y, como también ya es habitual aunque no alcance a tener ni un valor simbólico siquiera, Micronesia, Palau e Islas Marshall se abstuvieron. Los demás 188 miembros restantes ratificaron su pedido para que de una buena vez se retire del escenario diplomático internacional esa vetusta reliquia del siglo pasado.
Las razones que justifican ampliamente la perseverancia con que 188 de 193 países miembros de la comunidad internacional apoyan a Cuba en su reclamo son de lo más diversas y todas dignas de consideración. Van desde las inspiradas en el más puro pragmatismo hasta las que todavía se apoyan en la creencia de que en la confrontación entre EE.UU. y Cuba está en juego algo importante para el futuro de la humanidad.
Los argumentos basados en criterios pragmáticos son los más obvios. Es que si de juzgar una política internacional por los resultados se tratara, sería muy difícil hallar en la historia contemporánea otro ejemplo más ilustrativo de la inutilidad absoluta. En efecto, durante los 54 años transcurridos desde la imposición del embargo, los resultados de esa medida pueden resumirse con la palabra fracaso. Y si algún resultado práctico ha tenido, ha sido uno muy beneficioso para el régimen castrista, pues el “bloqueo” se ha constituido durante todos estos años en la coartada perfecta para justificar la debacle económica de Cuba.
Como es fácil constatar, el famoso “bloqueo” –que en sentido estricto fue sólo durante unos pocos días durante el clímax de la crisis de los misiles, en febrero de 1962– ha sido desde entonces la piedra angular de toda la propaganda legitimadora del Partido Comunista Cubano y sus más de cinco décadas de desastrosa gestión gubernamental. En términos comerciales, se diría que el malhadado embargo fue todo un regalo de “marketing” político que al PCC le salió gratis, le dio enormes utilidades y a EE.UU. le salió, y le sigue saliendo, carísimo.
Con esos antecedentes, y habiendo transcurrido ya 25 años desde que dejaron de existir los factores geopolíticos que dieron lugar a la medida, resulta muy difícil entender por qué la insensata tozudez de la diplomacia estadounidense.
Hasta hace poco, cabía suponer que el afán de conquistar el voto de los exiliados cubanos en Miami era motivo suficiente para justificar el despropósito. Actualmente ya ni eso cuenta, pues las nuevas generaciones de descendientes de cubanos exiliados ya tienen la mirada puesta en el siglo XXI y no en la noche del 31 de enero de 1958, como sus antecesores.
Ahora, cuando está ingresando ya a la recta final de su mandato, Barack Obama tiene una buena oportunidad para poner a su país a la altura de los tiempos y sus nuevos retos. Y de paso, quitarle al gobierno de Cuba su último punto de apoyo propagandístico.
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