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Mitos electoreros
Mitos electoreros
Arturo Yáñez Cortes.- Los mitos forman parte de las creencias de una comunidad que, de tanto repetirlas y oírlas, termina asumiéndolas como ciertas, sea para justificar algún aspecto individual o social, quiénes y cómo deben gobernar o no y hasta para proporcionar consuelo o calma. La práctica enseña que se construyen mediante la sistemática repetición al imaginario colectivo. GOEBBELS decía: “Miente, miente que algo quedará” o, en términos plurinacionales, las estrategias envolventes del vice.
En ese sentido, sostengo que el reciente proceso electoral boliviano ha estado basado en una serie de mitos que bien conviene desenmascarar. Un primer mito es la rererelección reputada como ultra super recontra constitucional, cuando de sólo leer la disposición transitoria II de la CPE: los mandatos anteriores a la vigencia de esta Constitución serán tomados en cuenta a los efectos del cómputo de los nuevos periodos de funciones, se concluirá exactamente lo contrario. Que el Tribunal Constitucional haya bendecido la tri mediante un curioso fallo, revela otro mito vinculado con la independencia del poder político de aquel organismo, cuyos miembros menos obsecuentes o ahora caídos en desgracia están siendo objeto en la Asamblea Legislativa de escarmiento o purga partidaria –sin el debido proceso–, para despejar el camino y de taquito dejar claramente sentado lo que les espera a los otros si no continúan con sus buenos servicios… en favor de los que sabemos.
Otro mito que cabría ser develado es el fair play electoral. Por un lado, el árbitro que en este caso ha superado y de lejos la tristemente célebre banda de los 4, no sólo por la ineptitud con que se ha procedido por muchas disculpas públicas formuladas, sino por su inocultable obsecuencia y parcialidad con la que el “tribunal administró justicia electoral”. Un Tribunal es, ante todo, un organismo imparcial que no depende, teme o debe pagar la factura del nombramiento u otras circunstancias a favor de una de las partes en liza. De ahí surge otro mito sobre el juego limpio de principalmente uno de los participantes en el proceso, que sencillamente aunque fuera ilegal le metió nomás como acostumbra, y usó descaradamente todos los recursos posibles estatales –no partidarios– para su campaña, con la complicidad del “tribunal” que ni atinó, siquiera para disimular, sacarles la lengua por lo menos, peor la amarilla (a diferencia de lo que sistemáticamente hizo con los de la vereda contraria).
Así desarrollado el proceso electoral, como no podía ser de otra manera, los resultados obtenidos no son muy confiables que digamos. Y no es que dude del ganador en el sentido que actualmente no sea la fuerza que recibió mayor votación frente a las otras, sino encuentro el mito en la forma como se está presentando esa victoria, como si fuera impoluta –cuando fue con la ayuda descarada del árbitro y con el uso de los recursos estatales de tod@s los bolivianos y no los del partido– y, especialmente, cuando se consiguió los dos tercios anhelados para seguir controlándolo todo, en mesa y no en cancha, con una pequeña ayuda de los amigos del “tribunal”. Así cae el mito del fair play electoral.
Aunque encuentro otros mitos electoreros más, termino con este que a mi juicio es el peor de cara al inmediato futuro. Se intenta sembrar en la mente de l@s bolivian@s, que la mayoría así obtenida faculta para hacer absolutamente todo a su nombre y que ello fuera una expresión democrática. Nada más falso, puesto que sí de democracia se trata, ésta admite también límites infranqueables que la mayoría, por muy poderosa que sea, no puede vulnerar so pena de terminar sacrificando el propio sistema democrático; una suerte de linchamiento de la democracia mediante los verdugos que dicen representar aquella mayoría. En esa línea, si entre otras características básicas, la democracia se asienta en la alternancia del ejercicio del poder, la anunciada aprobación de la relección indefinida haría del país ya no una república bananera como despectivamente se la calificó, sino un estado cocalero, a cargo por los años de los años de quien detenta el poder, hasta el extremo de terminar linchando al propio sistema democrático. A propósito, MACHADO decía: “Después de la verdad nada hay tan bello como la ficción”.
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