Domingo, 9 de noviembre de 2014
 

COLUMNA VERTEBRAL

Discursos... hechos

Discursos... hechos

Carlos D. Mesa Gisbert.- ¿Qué hay en esencia de aquel vendaval que parecía cambiarlo todo en América Latina, el de aquellos discursos fervorosos que ilusionaban a unos y asustaban a otros?
¿El socialismo de Chile, el de la Concertación, no es el del mayor número de tratados de libre comercio que haya firmado gobierno latinoamericano alguno? ¿No es el de la aceptación de un mecanismo de integración basado en el intercambio económico abierto llamado Alianza del Pacífico?
¿El socialismo del Frente Amplio uruguayo no es el de un discurso de honda sabiduría y mucha moderación de Mujica? ¿Hay algo que haya hecho ese frente político que haya puesto en cuestión a la empresa privada o al sistema financiero?
¿El viejo revolucionario Daniel Ortega no tiene acaso una firme alianza con la empresa privada nicaragüense? ¿No es Nicaragua un lugar muy atractivo para la instalación de importantes bancos centroamericanos? ¿Sus relaciones con los Estados Unidos no son fluidas tras el traumático periodo que vivieron ambas naciones en tiempos de la revolución sandinista?
¿Generó algún terremoto de cambios estructurales el FMLN en El Salvador que se pareciese en algo, aunque fuera remotamente, al comunismo que tanto temía la derecha de Arena?
¿No desarrolla el Ecuador una política de inversiones internacionales importantes para su avance industrial energético? ¿No es su comportamiento macroeconómico racional y exitoso?
¿Ha cambiado drásticamente el panorama brasileño tras la llegada del PT al gobierno? ¿Se nacionalizaron las empresas que habían sido privatizadas por el gobierno de Cardoso? ¿Las poderosisimas élites empresariales brasileñas sufrieron alguna acción gubernamental que pudiese poner en riesgo la seguridad de sus inversiones y bienes?
¿No está el gobierno de Raúl Castro en Cuba dando un giro dramático hacia la recuperación de la iniciativa privada y la desestatización de una economía que no puede mantener más el peso de la ineficiencia?
¿No ha hecho el gobierno del presidente Morales un pacto con los empresarios privados que garantiza sus inversiones, sus iniciativas y sus propiedades? ¿Se produjo como se había adelantado en 2006 una reversión masiva de tierras improductivas y de engorde?
De todos los países latinoamericanos (diez de los veinte) que se adscriben a posiciones de izquierda y a un discurso socialista, Venezuela es el único que enfrenta una crisis dramática, producto de una política de franca confrontación con el sector privado y una lógica de control de precios y subvenciones nacionales e internacionales, que han colocado al país en un callejón que no parece tener una salida clara. Argentina, lo confieso, fue y es un misterio. No alcanzo a comprender la lógica de su política económica.
Casi ninguno de los parámetros pre establecidos como caminos probables a seguir en economía por estos gobiernos instalados en los albores del siglo XXI, fueron llevados a la práctica. Muy pronto asumieron con realismo la economía de mercado, la globalización y la racionalidad macroeconómica. Montados en el caballo de la bonanza internacional de los precios de materias primas y un ciclo expansivo del crecimiento, sortearon con éxito la crisis mundial de la segunda mitad de la década pasada, y celebraron la coyuntura con dos tendencias; la desmesurada expansión del gasto y el incremento de la inversión social. Está por verse si en este momento de inflexión en el que pasamos a una evidente desaceleración por la caída de precios en sectores clave como la minería y los hidrocarburos, la grasa acumulada será suficiente para resistir un nuevo momento menos brillante que el de la década pasada.
En política, en algunos de esos diez países la retórica de socialismo no modificó una línea su riguroso respeto a la institucionalidad democrática y la lógica de un modelo basado en la alternabilidad y el sometimiento a la independencia de poderes. En algunos otros, la contraparte de un manejo económico adecuado fue la desinstitucionalización, la restricción a la libertad de expresión, el control descarnado de todos los poderes del Estado y la dramática personalización del poder.
Los hechos prueban que las bases económicas de los noventa no fueron totalmente desmanteladas y en algunos casos ni siquiera afectadas, salvo excepciones (Bolivia sí llevó adelante estatizaciones --salvo en los hidrocarburos-- que modificaron la estructura de propiedad y de producción). En lo social, en cambio, se hicieron avances más que significativos y se demostró que la responsabilidad del Estado es muy importante, que el mercado no asigna adecuadamente los recursos y que hay una deuda social que pagar de manera imperativa. La movilidad y la inclusión fueron rasgos muy importantes, uno de ellos el famoso ascenso de y a la clase media, cuya fragilidad, sin embargo, es todavía muy grande. Una recesión económica podría volver a colocar en los límites de la pobreza a millones de latinoamericanos que hoy son considerados de clase media.
Pero lo que es evidente es que estamos lejos, muy lejos, de los paradigmas radicales de los años sesenta y setenta. Los países adscritos a la izquierda no defienden ni mucho menos premisas que eran dogma en el siglo pasado. El discurso anticapitalista no responde a la realidad de cómo funcionan sus sociedades y sobre todo cómo funcionan sus economías, y en algunos casos, por la informalidad económica dominante, viven rasgos de un capitalismo salvaje más crudo que el de los modelos que critican con tanta dureza.
Una vez más, las distancias ideológicas entre Bolivia y Perú, o entre Ecuador y Colombia, o entre Nicaragua y Honduras, en términos de modelo económico, son mucho menores que lo que las frases de efecto de sus gobernantes parecerían marcar. Es que del dicho al hecho hay mucho trecho.