DÁRSENA DE PAPEL
La vida de las palabras
La vida de las palabras
Oscar Díaz Arnau.- El Diccionario de la lengua española (DRAE) tiene 19.000 nuevas palabras americanas. “¿El español sigue vivo gracias a América?”, pregunta un periodista. “Sí”, responde Blecua, “siempre ha sido así desde hace siglos”. El Director de la Real Academia Española (RAE) dice también que “el Diccionario es un reflejo de la lengua en el estado actual”.
Y yo pregunto, al viento: para aceptar vocablos, ¿tendrán los académicos más argumentos que hacerlo por la necesidad de actualizar su DRAE, o de que este sea un “reflejo de”? Blecua sugiere que las palabras viven a partir de su uso, un uso que la RAE refrenda cada tanto en su diccionario y, pregunto de nuevo: ¿estarían muertas esas palabras de no ser el DRAE?
En la “legalización” de las palabras hay más demagogia que sensatez. Con ella la RAE gana en democracia y pierde en selectividad. En aras del pueblo, del usuario, del cliente que, por supuesto, “siempre tiene la razón”, decide que prime su función de catalogador de palabras y relega su más engorrosa tarea normativa, de rectoría.
Lo contrario de la vida es la muerte. Las palabras viven en las personas cuando se dicen o cuando se leen. Las palabras de los libros que no se leen están muertas, incluidas las del Diccionario. Y si la palabra en general es vida, como podemos pensar todos, incluido Blecua, no desaparecerá porque la RAE olvide considerarla obra del hablante o del escribiente; no morirá esperando que Blecua y cía. le suban sus pulgares en señal de “déjese usar, palabra, está usted aprobada”. Las transformaciones de la Lengua se dan naturalmente y así como no necesitan de nadie que las fuercen, tampoco de nadie que las reconozcan.
‘Papichulo’, ‘basurita’, ‘amigovio’, ‘platicón’… Trece años trabajaron las 22 Academias de la Lengua Española para recolectar palabras, y el resultado es el Diccionario más amplio de la historia. Un trabajo que engrandece, pero que ha dejado pasar algunas inconveniencias y una que otra ordinariez. Como ‘guasapear’, con la que la RAE consiente la desagradable pronunciación del inglés ‘to whatsapp’ que escuchamos todos los días; no soy el único indignado por esto: Nahuel Rojas se pregunta en Twitter “¿por qué deformar la palabra si la letra ‘w’ tiene sonidos similares tanto en inglés como en español?”, mientras que Yolanda Canales con ironía dice: “Ya veo que estamos listos con ‘adaptaciones válidas’. Vamos que lo puede ser casi cualquier cosa, supongo”.
No todo lo que se habla o se escribe, corresponde. No todo lo que se dice o se inventa es lo idóneo. A muchos de los 19.000 americanismos no era necesario darles entidad: existen y no van a morir en tanto haya humanidad. ¡Son!, razona la RAE, viven y, con eso basta para engordar el Diccionario cual si fuera el libro de Petete. La inventiva de la gente no tiene límites así que dispongámonos a ampliar la biblioteca al cuarto de los chicos porque el próximo volumen del DRAE será inconmensurable.
Supongamos que la labor soberana de la RAE sirviese para mejorar la comunicación de hablantes y escribientes, o, por último, para reconocer la castellanísima existencia de las palabras y punto. Esto no la habilita —razonablemente— para dar la bienvenida a vocablos que afean la lengua más bella del mundo, que duelen en los ojos y los oídos. La RAE no debería temer a ninguna corte internacional. El acto de hacer caso omiso de las creaciones humanas en materia de palabras, créanme, no constituiría un “palabricidio”. Nadie cometerá el delito de lesa vulgaridad de colocar una bomba de silencio allá donde dos soledades concurridas, como diría Benedetti, se dicen amor en nuestra lengua.
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