Domingo, 16 de noviembre de 2014
 
Hay que rendir cuentas

Hay que rendir cuentas

Fray Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- Hoy es el penúltimo domingo del año litúrgico. El próximo domingo celebraremos la fiesta de Cristo Rey. Una nueva parábola nos da el evangelio de este domingo; como ya señalaba el domingo pasado, es la parábola de los talentos que hay que hacer fructificar. Ella nos invita a mirar la vuelta del Señor, Cristo Jesús, Juez universal de toda la humanidad. En esta parábola, nuevamente el Señor nos advierte que es muy necesario permanecer despiertos, activos vigilantes para cuando el Señor vuelva.
San Pablo en la lectura de hoy dirigida a los tesalonicenses continúa con el mismo tema que nos ha venido dando estos domingos. Pablo sigue hablándonos acerca del final de la historia y de la vuelta del Señor, los tesalonicenses creían que la vuelta del Señor era algo inminente. Lo importante es que los cristianos, que son “hijos de la luz y del día no de la noche y de las tinieblas”, vivan como tales, en la luz y no en las tinieblas. Los cristianos llamados a vivir despiertos y vigilantes, no como los demás que no tienen fe.
Como el domingo pasado, en la parábola de las diez doncellas quienes debieran haber estado preparadas y despiertas para cuando llegase el novio. Hoy Jesús nos da una lección parecida con la parábola de los empleados que deben rendir cuentas de lo que han recibido, cuando vuelva el dueño de su viaje. Jesús, como en las otras parábolas, toma pie de la costumbre social; en este caso era la costumbre de depositar el dinero en lo que luego se llamarían bancos, para que produzcan sus intereses. Hay que estar preparados para rendir cuentas al dueño cuando vuelva. El dueño pidió cuentas por igual a los tres que habían recibido el dinero.
A los que dio cinco y dos talentos supieron hacerlos fructificar en la misma proporción. El que recibió uno, no hizo nada. Los dos primeros recibieron la misma alabanza. El hombre que enterró su talento, aplicándolo a nuestra vida eclesial, es el cristiano que descuida su propia función en la Iglesia o deja de cumplir su misión específica en el plan de salvación porque le parece de poca importancia asumir el ser cristiano comprometido, de testimonio de vida.
El Papa Francisco que tanto admiramos viene haciendo constantes llamadas e invitaciones a los laicos para que todos asumamos la tarea de la evangelización, para que seamos de verdad discípulos misioneros. Especialmente nos llama a todos los latinoamericanos para comprometernos en la Misión Permanente. Cuántos cristianos que han escuchado hablar de Misión Permanente lo han dejado pasar sin interesarse absolutamente nada. Es una pena que la mayoría de los cristianos crean que sus tareas domésticas, deportivas, comerciales, laborales poco o nada tienen que ver con la llegada del reino de Dios y por eso las sustraen a la levadura del evangelio. También encontramos a tantos hombres y mujeres católicos que piensan que hacer apostolado no Íes toca o que es sinónimo de predicar en el templo y descuidan así la acción sencilla de la caridad fraterna que como la gota del agua salvífica, suele horadar la piedra de los corazones más duros.
Podríamos decir también que encierran su talento las personas que creen que el culto a Dios se rinde sólo en el templo y olvidan que desde la familia, desde el hogar, tenemos que ofrecer un culto constante al Señor, el del amor creciente y cultivado, y que a los ojos de Dios este culto es tan importante como el que se realiza en los monasterios y catedrales. Queda claro que toda obra eclesial, cuando es cumplida con fidelidad, se vuelve acreedora de un mismo e idéntico premio. Entendemos por tarea eclesial aquí todo lo que hace crecer el reino de Dios, la Iglesia, como pueblo de Dios en número y en santidad de servicio a las personas.
Hay una llamada a ser activos. Todos somos importantes ante Dios y en la Iglesia. Todos podemos hacer con un amor extraordinario las cosas más sencillas y ordinarias de la vida, así se puede colegir de las lecturas de este domingo. Cuando el amor es grande no hay tarea que no merezca nuestra máxima dedicación. Todo lo que hacemos puede ser hecho en gloria de Dios, según la expresión del apóstol Pablo: “Ora coman, ora beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo a gloria de Dios”.
Un viajero hace bien en no olvidar qué destino final tiene en el billete de viaje. Un administrador es inteligente si no deja de recordar que tiene que ser transparente en la forma de llevar su administración, pues va a llegar la hora en que tendrá que rendir cuentas. A San Francisco de Asís le gustaba recordar a los frailes que somos peregrinos, a fin de que así permanecieran vigilantes y despiertos, mirando al futuro. Cristo nos enseña que es necesario estar siempre preparados, sin trampas, sin enredos, vigilantes y despejados como nos dice el apóstol Pablo: “Hijos de la luz e hijos del día, y no como hijos de las tinieblas y de la noche”.