El rey de reyes
El rey de reyes
Fray Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- Con la fiesta de Cristo Rey, cerramos en la Iglesia católica el año litúrgico. A lo largo del año, día tras día, hincamos las rodillas ante el Señor, proclamándole rey de los apóstoles, de los mártires, de los confesores, de las vírgenes, de todos los santos del universo entero, santos son todos los que han conseguido llegar al cielo. En esta fiesta se nos convoca a todos los cristianos a ofrecer un particular homenaje a su realeza; a enardecer nuestro fervor y devoción a su persona; a estimular, más y más, el celo misionero de evangelizar para que: “todos los pueblos, tribus y lenguas le sirvan y le obedezcan”.
La fiesta de Cristo Rey cuando fue instituida en el año de 1925, por el Papa Pió XI, se celebraba el último domingo de octubre. Con la reforma del misal de 1969, se trasladó con gran acierto al último domingo del año litúrgico, con un tono claramente escatológico, mirando al futuro de la historia para expresar el sentido de consumación del plan que conlleva este título de Rey. Con Cristo Alfa y Omega cerramos el año litúrgico y el próximo domingo, iniciamos el proceso celebrativo de la Liturgia que nos hace participar un año más de nuestra liberación que Cristo nos ha obtenido.
Cristo es fin y meta de toda la creación. En la mente de Dios Padre estuvo siempre la obra de la liberación o salvación del hombre “imagen perfecta del Dios invisible... Todas las cosas fueron creadas por él en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, sean Tronos o Dominaciones o Principados o Potestades... Y así él tiene ser ante todas las cosas. Y todas subsisten en él”.
La familia humana apenas creada desobedeció a su Rey legítimo, pero Cristo, en cambio, en un rasgo de misericordia divina, rescata y redime a la humanidad entera con su Sangre preciosa derramada en la Cruz. Para ese fin asumió la naturaleza humana, escondiendo bajo la vestidura de siervo los atributos de la naturaleza divina, hasta que redimido el género humano, volvió a su gloria divina con su resurrección gloriosa.
A Cristo pertenece, desde entonces ser rey, por derecho, que diríamos de origen, por ser Dios, igual al Padre y por la conquista por haber redimido y salvado a la humanidad entera. “En el hemos encontrado la redención... hemos sido arrebatados del poder de las tinieblas y trasladados al reino de la luz”. Cristo no quiso ser rey al estilo humano, no aceptó los planes de sus coetáneos. El reino de Cristo es eterno y está por encima de todas las aspiraciones políticas de los humanos. Su reino es un reino de amor y justicia.
El reino de Cristo como rezamos en el prefacio de este día, es: “Un reino de verdad, y de vida; reino de santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz”. Su programa se cifra en servir. Así lo da entender el evangelio de este domingo, tornado de Mateo 25,31-46, el cual describe el juicio universal, de una forma sencilla y popular, basada en un patrón, un examen para todos que versará sobre todo aquello que hicimos y lo que dejamos de hacer, si practicamos las obras de misericordia. Nos hará mucho bien leer el catecismo de San Juan Pablo II donde nos habla de las obras de misericordia.
Cristo podría haber puesto otras preguntas para el juicio. Pero no. El examen en el juicio universal se decidirá, no por las lindas palabras o escritos que hayamos pronunciado, sino por lo que hayamos hecho al prójimo imitando a Cristo en la actitud de entrega, caridad y servicio al prójimo. El examen no versará sobre lo mucho o poco que sabemos, sino sobre lo que hicimos, sobre todo el amor que hemos mostrado a nuestros hermanos y hermanas.
La fiesta de este día de Cristo Rey debe ayudarnos a contribuir y a extender el Reino de Dios y a encender el espíritu misionero, siendo como nos dice la Asamblea de Aparecida, discípulos misioneros. Actuando como soldados de Cristo en todo momento. Sin duda alguna, hemos sido escogidos por el sacramento del bautismo y especialmente de la confirmación para testimoniar en todas partes a Cristo como nuestro Rey y Señor. Francisco de Asís inició su conversión proclamándose “heraldo del gran Rey”. Hoy debiéramos rezar con mayor ardor lo que decimos en el Padre nuestro, “venga a notros tu reino”.
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