Lunes, 24 de noviembre de 2014
 

DÁRSENA DE PAPEL

De eso no se habla, Santa Cruz

De eso no se habla, Santa Cruz

Oscar Díaz Arnau.- Homero sugirió a dos escritores cubanos que no hablen de eso que él no quería escuchar. No les prohibió nada: solamente les manifestó una preocupación —de él y de otros organizadores de un festival literario— antes de una conferencia en la que los invitados extranjeros abordarían un tema político, y les dejó la decisión de realizarla o no. Algunos gobiernos hoy otorgan libertad de expresión pero mañana atacan al que habla de eso que ellos no quieren escuchar; un detalle al margen. Intimidar es una forma de censura.
En Facebook, después del terremoto registrado en el Festival Santa Cruz de las Letras, provoqué a nuestros periodistas culturales para ver si alguien se animaba a escribir sobre los autores supuestamente enfrentados en Bolivia. Antes, un amigo ligado al ámbito de la literatura me había dicho que hay al menos dos grupos: uno estaría conformado por los jóvenes —y no tan jóvenes— que, habiendo ganado fama dentro y algunos fuera del país, radican en el exterior. En el segundo bando mi amigo puso a Homero, Ramón y otros más.
¿Estarán realmente enfrentados? Coincidencia o no, sus diferentes miradas de la cultura y la política ha llevado a unos y otros a inclinarse hacia lados opuestos. Unos y otros de alguna forma han hecho espíritu de cuerpo tras el incidente con los cubanos que salieron del país denunciando a los cuatro vientos que en el festival cruceño les habían censurado.
Dos que son uno solo, Edmundo y Liliana —principalmente— han exigido disculpas públicas a la organización del Festival para cerrar la controversia acerca de un tema preocupante en cualquier democracia como es la censura. Homero y Ramón —cada vez más uno— han contraatacado señalando a los cubanos poco menos que de conspiradores; “es una movida del Gobierno estadounidense en contra de Evo Morales”, ha declarado el primero. Cualquiera se sentiría incómodo frente a una acusación de censura, pero Homero y Ramón parece que no. Queriendo ser uno, se han apoyado mutuamente y también, está claro que por ideología, han disparado palabras al Norte.
Los seres humanos tenemos la debilidad de que al sentirnos acorralados por una verdad que no es la nuestra, en vez de reconocer el error propio, tendemos a pensar en cómo salir del brete lo más decorosamente posible, aun a costa de la honestidad. Homero y Ramón se han mostrado como dos guerreros de la épica, como Aquiles y Patroclo, ¡unidos contra todos! Pero, en estos casos, al revés del fútbol, la mejor defensa no es el ataque.
A Homero le guardo cariño por haberme apoyado en los inicios de mi carrera como escritor, además de que nos une el cálido recuerdo del abrigo recibido bajo el ala de un maestro de alto vuelo, Jorge Suárez, en los talleres de narrativa que el cuentista y periodista yungueño dictó allá por los 80 y 90 en Santa Cruz y Sucre, respectivamente. A Ramón lo quiero porque es él, un personaje entrañable, místico, un pan de Dios. Y no dejará de serlo por su encantamiento —adolescente, a veces infantil— con el Gobierno. Lo mismo para Homero: no voy a dejar de considerarlo mi amigo porque dirija una Fundación más politizada de lo deseable para una institución como la FC-BCB.
Detalles al margen, cuesta entender que siendo ellos quienes son, reconocidos literatos, gestores con vasta experiencia en el manejo político de la cultura y, todavía más, dos buenas personas, les esté faltando una pizca de autocrítica y tres cucharadas de humildad para aceptar que la organización del abochornante Festival —la FC-BCB, entre otros— se equivocó al sugerir a los cubanos que no hablen de lo que ellos querían hablar, de eso que el Gobierno parece que no quería escuchar.