MUNDO CONVERGENTE
Buen ejemplo
Buen ejemplo
Stanislaw Czaplicki.- En septiembre del presente año, la FAO presentó el informe sobre el “Estado de la inseguridad alimentaria en el mundo”, que da cuenta de que el hambre en el mundo sigue disminuyendo. Actualmente se estima en 805 millones las personas que sufren de desnutrición crónica o sea 100 millones menos que en la década pasada.
La prevalencia de los desnutridos ha bajado del 18.7% en 1990-92 a 11.3% de manera global y de 23.4% a 13.5% en los países en vías de desarrollo. La desnutrición es una enfermedad causada por una dieta inapropiada, hipocalórica e hipoproteica, en otras palabras por una ingesta insuficiente en calidad y cantidad, que ocurre entre los individuos de bajos recursos, principalmente en niños de los países en vías de desarrollo. Los efectos del hambre son devastadores a largo plazo: alza de la mortalidad materna e infantil, hándicaps, baja de las defensas inmunológicas y facultades intelectuales.
Las Naciones Unidas se han fijado una meta para combatir la desnutrición, cual es de bajar a la mitad el número de las personas desnutridas en los países en vías de desarrollo para 2015. Sin embargo, el mundo en desarrollo no está en buen camino para alcanzar esta meta. A pesar del progreso general, persisten marcadas diferencias entre regiones. El África subsahariana tiene la más grande prevalencia de desnutrición, con un progreso solamente modesto en los últimos años. Asia, la región más poblada del mundo, tiene obviamente el mayor número de desnutridos, pero también progresa rápidamente gracias a los buenos resultados de los países más populosos como China e India. América Latina hizo grandes progresos en su conjunto. El informe de la FAO fue elaborado en preparación de la Segunda Conferencia Internacional sobre Nutrición que se inició en Roma el día 19 de noviembre.
El informe en forma enfática presenta a Bolivia como un ejemplo destacado de éxito. En algo más de una década la proporción de la desnutrición en Bolivia bajó desde 38% en 1990-92 hasta 19.5% actualmente, o sea casi a la mitad, mientras la desnutrición crónica en niños menores de tres años bajó en el mismo periodo en una proporción todavía mayor. Los indicadores bolivianos son realmente elocuentes, pero el comentario que acompaña las cifras en el informe deja mucho a desear.
Uno quisiera entender cómo fue posible tal éxito, pero falta del análisis es patente ya que explicar todo por las transferencias de ingresos no es suficiente. El informe pone de relieve los bonos –Renta Dignidad, Juancito Pinto y Juana Azurduy– que juegan, junto con los cambios en agricultura, un rol crucial en la estrategia boliviana de seguridad alimentaria. Se menciona también que la nutrición infantil mejoró gracias a los desayunos escolares, que abarcan 89% de la población escolar. Se debe hacer notar que los periodos analizados empiezan antes de la vigencia del gobierno actual y ciertas políticas son solamente la continuidad de los periodos anteriores. El informe pretende que el incremento de la productividad de agricultura familiar y la respuesta a las necesidades inmediatas de los grupos vulnerables a través de transferencia del dinero son las dos explicaciones del éxito. Sin embargo, no es clara la causa del aumento de la productividad agrícola y no se analiza la sostenibilidad de los bonos, ya que la bonanza económica, debido a los altos precios de materias primas que Bolivia exporta, no es eterna.
En este sentido, la ambición de construir un modelo boliviano de seguridad alimentaria como combinación de políticas y programas que promueven la productividad agrícola familiar por un lado y por el otro aseguran una acción directa e inmediata contra el hambre, es indudablemente un éxito digno de emular. Sin embargo el informe meramente descriptivo y repetitivo no aclara cómo se desarrolla este modelo de las políticas nacionales contra el hambre. Además, el modelo no es fácilmente replicable en otros lugares del mundo por falta de disponibilidad de recursos financieros.
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