Invitados a vivir la utopía
Invitados a vivir la utopía
Fray Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- De nuevo iniciamos los cristianos católicos el año litúrgico con el tiempo de Adviento. Todos estamos convocados a celebrar un único y progresivo movimiento, el Adviento, Navidad y Epifanía. Las tres palabras, venida, nacimiento y manifestación apuntan a lo mismo: que el Hijo de Dios, Cristo Jesús, se ha querido hacer presente en la historia para salvarnos, hacernos hijos de Dios y partícipes de un mundo nuevo. Ha sembrado una nueva esperanza, la utopía del Reino de Dios. Utopía que ya estamos viviendo.
Durante el Adviento, en las lecturas de las eucaristías, resuena la voz del profeta de la esperanza, Isaías. El vuelve a llamarnos a la esperanza del Reino. Algunos nos dicen que la “esperanza nos hace vivir”, otros como Péguy descubre que Dios nos dice: “la fe que yo prefiero es la esperanza”. Una esperanza que es todo lo opuesto a la resignación.
En Adviento contemplamos como tres etapas. El tiempo por venir, en que la voz vigorosa de Isaías no cesará de proclamar la utopía del Reino de Dios. El tiempo del Precursor, Juan el Bautista, nos convoca al desierto para señalarnos a Cristo que hará la nueva Alianza. Tiempo en que el Espíritu Santo envuelve a la Virgen María y a la estéril, Isabel, para alumbrar el manantial que estaba prometido a nuestra esperanza. Se abre el Adviento con unos oráculos de restauración política y se cierra con la contemplación de un rey manso y humilde de corazón. Y seguiremos a Juan el Bautista, la señal de que “Dios se ha compadecido”.
El Adviento del cristiano debe presentar y celebrar el acontecimiento salvador que es Cristo resucitado, pero de forma real, viva, actual, con la fuerza necesaria para llegar a las personas de hoy, como señalaba años atrás San Juan Pablo II: “la nueva evangelización tiene que ser nueva en el ardor, en los métodos y en la expresión”. Porque resulta que teniendo Cristo suficiente fuerza de verdad, de vida, de libertad y de amor para convencer y arrastrar a cualquier persona de buena voluntad, no sabemos presentarlo hoy día; no sabemos hablar de él y vivirlo como él es, con esa fuerza que conmueve y conduce.
Cuando se lee, día a día, la palabra de Dios, de este tiempo de Adviento, nos impresiona la insistente llamada a la esperanza y estremecen los gritos de las personas oprimidas. Porque hoy día hay personas esclavas y oprimidas que desfallecen por la falta de esperanza. Por ello, el Adviento es un tiempo para examinarnos los cristianos de nuestros compromisos con el grito de Dios Salvador en favor de los oprimidos y si estamos respondiendo a la llamada de Dios a la esperanza. La única salida del cristiano es la esperanza bien entendida.
La esperanza es la fuerza milagrosa indispensable para zafarnos de tantas trampas que nos tiende la sociedad de hoy día. Y para ayudar a las demás personas a zafarse también. A esto nos llama el Papa Francisco cuando nos dice que en la Iglesia no debieran existir cristianos pasivos e indiferentes. Todos tienen un lugar de trabajo en la Iglesia. Sin esperanza comprometida, siempre sucumbiremos en el seguimiento de Cristo.
La Iglesia - los bautizados somos iglesia- debemos renunciar a todas la formas de ambición, de desigualdad que matan la utopía del Reino de Dios dentro de nosotros mismos. Debemos aprender a leer en los acontecimientos, los signos de la venida de Cristo, de su reino y entregarnos más comprometidamente a una guerra contra todas las formas de guerra. Hemos de luchar para salvarnos y salvar a nuestra sociedad de la prisa y del ocio del pluriempleo de ambición, en esta dorada trampa capitalista que nos hace jugadas con nuestros deseos no saciables
En el tiempo de Adviento que, nos conduce a la celebración de la Navidad, se nos invita a todos a vivir la esperanza que nos salva y nos constituye en fuerza salvadora de todas las personas. Nos dice Teilard de Chardin: “la espera, la espera ansiosa y operante de un fin del mundo, es decir, de una salida para el mundo, es la función cristiana, por excelencia, y, tal vez, el cargo más distintivo de nuestra religión. Por ello, hemos de preguntarnos los cristianos si somos testigos gozosos de la esperanza”.
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