Miércoles, 3 de diciembre de 2014
 

EDITORIAL

Un nuevo capítulo de nuestra democracia

Un nuevo capítulo de nuestra democracia



Una vez más, se ha podido constatar que a pesar de que los defectos no son pocos ni poco importantes, el balance es ampliamente positivo

Con la entrega de credenciales a 352 autoridades electas en los comicios del 12 de octubre pasado, el Tribunal Supremo Electoral ha dado por concluido el pasado lunes el proceso de renovación de los órganos Ejecutivo y Legislativo. Se ha cerrado así un capítulo más de la historia contemporánea de la democracia boliviana y se abre otro que se proyecta hacia los próximos cinco años.
El hecho es en sí mismo toda una síntesis del estado actual de nuestro sistema democrático, con todas sus cualidades y defectos, sus posibilidades y limitaciones. Y felizmente, a pesar de que los aspectos negativos que se podrían enumerar no son pocos ni poco importantes, el balance es ampliamente positivo.
El sólo hecho de que el proceso electoral que acaba de concluir haya sido el octavo que se realiza sin interrupciones desde que en 1982 se restableciera el sistema democrático en nuestro país, y que todos los relevos gubernamentales y legislativos se hayan realizado dentro de los marcos de un régimen constitucional, es en sí mismo todo un motivo de orgullo y satisfacción. Más aún si consideramos que fueron muchas las ocasiones en las que estuvo a punto de romperse el hilo constitucional y, cuando el recurso de las armas parecía inminente, como en otros tiempos, terminó imponiéndose la sensatez de la que hoy todos nos beneficiamos.
La diversidad representada por las nuevas bancadas, con lo que se da continuidad a un ya largo proceso, es sin duda una de sus características más destacables. Así lo indica, por ejemplo, que la nueva Asamblea Legislativa Plurinacional sea la segunda del mundo y la primera de Latinoamérica con más participación femenina, hecho cuya importancia trasciende lo simplemente simbólico.
Es también encomiable el tono respetuoso y conciliador que tiende a imponerse en el ánimo de la mayoría de las personas electas. Y aunque hubo deplorables excesos tanto en filas del oficialismo como de la oposición, lo cierto es que fueron excepciones que no llegaron a empañar el espíritu de tolerancia y respeto mutuo que debe imperar en una democracia ya plenamente madura, como la nuestra.
Sin embargo, no pueden ni deben pasar desapercibidos los elementos negativos. El pobre desempeño del Tribunal Supremo Electoral, cuya principal consecuencia es la falta de transparencia en el manejo del Padrón Electoral es, sin duda, el principal de ellos.
En el mismo nivel de importancia, porque también es otro de los puntos más débiles de nuestra institucionalidad política, se destaca la pobreza de las fuerzas opositoras. Una pobreza que se refleja de múltiples maneras y se sintetiza en la incapacidad que vienen demostrando desde hace ya casi diez años para asumir un rol que esté a la altura de los desafíos que los tiempos actuales plantean a nuestro país.
Ahora, cuando se avecina un nuevo proceso electoral, sólo cabe esperar que las virtudes y fortalezas de nuestra democracia se consoliden y multipliquen. Y, como contrapartida indispensable, que las flaquezas señaladas, entre muchas otras, se vayan superando como condición indispensable de un proceso de continuo perfeccionamiento.