Miércoles, 3 de diciembre de 2014
 

SIN FRONTERAS

Un Estado cínico

Un Estado cínico

Weimar Arandia.- Hace algunos años escuché a un mexicano dar consejos de viaje a un par de europeos que planeaba una visita al país de los charros. Entre las instrucciones necesarias para visitar a un país que deslumbra en partes iguales, para bien o para mal, decía que cuando tengan una dificultad nunca recurran a un policía porque existe un serio riesgo de que esté asociado con una organización criminal, y no vaya a ser que el incauto turista, además de asaltado, termine desaparecido en tierra de nadie.
La desaparición y muy probable asesinato de 43 estudiantes normalistas en el municipio de Iguala, en el sureño estado de Guerrero, confirman la validez del consejo y exponen una vez más hasta qué punto ha llegado la descomposición institucional del Estado mexicano en sus distintos niveles. El Alcalde de Iguala, principal sospechoso de la desaparición, comerciante y neófito en política, jugó con fuego al realizar un pacto con la temible organización criminal Guerreros Unidos, que a cambio de dinero se permitía seleccionar al cuerpo policial del municipio, con el interés de que los agentes faciliten sus tareas delictivas vinculadas al narcotráfico antes que obstaculizarlas o perseguirlas.
Entonces, en este caso vemos cómo el crimen organizado interviene de manera directa en el uso legítimo de la fuerza pública que es en teoría atribución privativa del Estado. En otras regiones de Centroamérica como Guatemala y El Salvador, el crimen no sólo ha penetrado el Estado sino que ha asumido sus funciones de control social; allí las maras determinan a qué hora la población debe retirarse a sus hogares por la noche y qué lugares deben ser visitados o no y en qué horarios. El crimen organizado también tiene su régimen impositivo que sufren empresarios e incluso pequeños comerciantes.
Las razones históricas y culturales que han configurado esta terrible realidad en el istmo centroamericano son profundas y complejas, incluso no se puede partir del principio de que en algún momento las instituciones del Estado lograron cierta madurez en una región marcada por la violencia y la división, es decir que no existe certeza de que la situación haya estado mejor tiempo atrás.
Ante la similitud social y cultural de estos países con Bolivia, existen referencias ineludibles que pueden ser muy útiles aquí, para evitar que un día el crimen organizado decida la cotidianeidad de bolivianos y bolivianas. Las dos instituciones claves para evitar que Bolivia se convierta en un Estado cínico son el sistema judicial y la policía. Ambas instituciones están en crisis, pero existe una luz de esperanza con la voluntad política de cambio positivo que tiene el actual gobierno. Si las reformas no funcionan y jueces y policías no se convierten en apóstoles incorruptibles del Estado y la sociedad, es muy probable que dentro de algunos años los bolivianos estemos dando consejos de sobrevivencia a los turistas para llegar a un país salvaje tomado por el crimen organizado, mientras que la población local piense solo en la migración y la seguridad como única vía de escape a la barbarie y la pobreza.