BARLAMENTOS
Holanda y el dilema cultural
Holanda y el dilema cultural
Winston Estremadoiro.- Esa nueva forma de totalitarismo intolerante, criminal e imperialista que es el fundamentalismo islámico, propició una ola de aprobación que alguno tituló con la frase “go Dutch”, pero en el sentido de que otros sigan el ejemplo de los Países Bajos. En efecto, en una laboriosa Holanda donde 6 por ciento de su población es ahora musulmana, el Gobierno abandona su modelo de multiculturalismo. ¿Por qué?, bueno, la afluencia islamita está creando una sociedad paralela dentro de la nación.
No van más las burkas, que no sé si son versión coránica del velo cristiano que cubría la testa de beatas asistiendo a misa de las siete de la mañana, o expresión femenina del turbante que complementaba la barba tupida de beduinos cruzando asoleados desiertos. Los inmigrantes tendrán que aprender holandés y respetar leyes y practicar rasgos de la cultura neerlandesa. No más subsidios a inmigrantes musulmanes, porque de acuerdo al Ministro del Interior holandés, “integrarlos no es tarea del Gobierno”. Tampoco bodas forzadas, como la de centenas de palestinos con niñas pintajarreadas de novias adultas; habrán medidas duras para quienes reducen su chance de encontrar empleo al insistir en vestimentas étnicas.
Aplauden sectores de Australia, Canadá, EE.UU, Nueva Zelanda y el Reino Unido, mientras se lamentan ciertos países europeos que desoyeron clamores de clarividentes como Oriana Falacci, italiana que hace décadas advertía de la islamización de Europa, que ella tildaba de Eurabia.
No llego al extremo de sugerir cambios en la indumentaria indígena de Bolivia, aunque a veces me incomode la chola de abundantes carnes y varias faldas, que me deja con una nalga al aire al sentarme a su lado en el micro. Eso sí, redoblo mi tambor de que la mayoría de los atuendos indígenas son expresión de un variopinto país mestizo donde la mayoría tiene un tipoy o una pollera en la cacha de la abuelita.
Sin embargo, se cometen atropellos y desaciertos en nombre de un país que antes del ‘gobierno del cambio’ ya predicaba su interculturalidad. El tema se vuelve peliagudo cuando en nombre de la multiculturalidad se cambia el nombre del país a ‘Estado Plurinacional’, y en una Constitución embutida en cuarteles se declaran idiomas oficiales a 36 lenguas indígenas y fuerzan el aprendizaje de por lo menos uno ‘originario’. De entrada estoy jodido; nací en Riberalta de padre cruceño y madre beniana, estudié en universidades de EE.UU. y resido en Cochabamba hace más años de los que quisiera aparentar: ¿debo añadir a mi poliglotismo el ‘tacana’ o el ‘esse ejja’? Segundo, después de disertar sobre el parentesco del ‘colepeji’ y la ‘quinzasaraña’ a un amigo cultísimo, me pregunté si el mojeño-trinitario y el mojeño-ignaciano, ambos idiomas oficiales, son diferentes o solo formas regionales de expresión de la misma lengua. Como el quechua de Ayacucho, Perú, y el ‘runa simi’ de Arani, Bolivia.
Mi amigo contaba de la selección de libros para la Biblioteca del Bicentenario, encomiable iniciativa, donde el centralismo paceño se manifiesta en el sesgo a favor de escritores de Chuquiago, o arrimados a la sede de gobierno, en desmedro de los del llamado ‘interior’. Ya corcoveo ante la ignorancia, o desprecio, de las tierras bajas de Bolivia, que se observa en el encasillamiento de su identidad cultural y de sus raíces indígenas, cuando ponen el guaraní como idioma ancestral de todos los cambas.
Al centralismo paceño se añade el aimara-centrismo, que también durante la llamada ‘revolución nacional’ de 1952 fue propuesto como estandarte de nuestra identidad como nación. Yo, camba amazónico que soy, no quiero ser ‘originario’ salvo de mi patria Bolivia. Seguiré enarbolando el pendón intercultural en contra de cualquier hegemonismo dentro de la unidad en la diversidad, que es lo que hace distinto al país.
Me importa un bledo si el Nuevo Mundo fue descubierto por Colón, los vikingos o los musulmanes. Y creo que sería ridículo si en La Paz reemplazan la estatua de Isabel la Católica por la de la ‘pata-pollera’, al igual que en Buenos Aires me causó sorna el reemplazo de la estatua del navegante genovés, homenaje que rindieran los inmigrantes a la Argentina.
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