COLUMNA VERTEBRAL
Sobre el mal
Sobre el mal
Carlos D. Mesa Gisbert.- Muertes violentas, asesinatos, descuartizamientos, desollamientos, violaciones, golpes, puñaladas, balaceras, torturas, vejaciones, abusos, carnicerías, incineraciones…
Violencia. ¿Es el signo de los tiempos? ¿Es el signo de todos los tiempos? Da la sensación, aunque puede ser sólo eso, una sensación, de que la violencia no sólo se ha instalado entre nosotros, sino que lo ha hecho a partir de una premisa, su banalización. A ella hacía referencia Ana Arendt en su libro clásico en el que desarrolló un descarnado análisis sobre la compleja relación entre víctimas y victimarios en el contexto del holocausto pensado y ejecutado por los nazis durante la Segunda Guerra. En su texto demostró con cuanta facilidad se pueden romper los lazos de condicionamiento moral a partir del distanciamiento del hecho violento con la vida personal. Al vaciarse la idea de responsabilidad, de culpa y, sobre todo, de vínculo emocional entre la decisión tomada, la orden dada, la orden ejecutada y el hecho material de la destrucción de la vida del otro, es perfectamente posible desentenderse de la carga real que implica el hecho brutal de aniquilar al otro, a los otros.
La banalización del mal hoy tiene un componente similar, aunque con sus propias connotaciones más cuantitativas que cualitativas. Hace algunos meses, una joven japonesa de 16 años asesinó en el colegio a su amiga más cercana. Nunca negó el crimen y cuando la Policía le preguntó por las razones, la respuesta fue tan estremecedora como sencilla: “Es que quería saber que se siente al matar a alguien”.
Podríamos preguntarnos por tal cuestión y colegir que estamos inmersos en uno de los escenarios más terribles de la historia, cuya raíz es el extraordinario cuanto maravilloso avance tecnológico, cuya expresión más evidente es la revolución de las comunicaciones. Décadas atrás reflexionábamos desde la crítica cinematográfica sobre el huevo y la gallina. Cuando Stanley Kubrick estrenó en 1971 “La Naranja Mecánica”, el filme fue prohibido en muchos países, el argumento es que incitaba a la violencia. En Londres, una pandilla vestida a la usanza del protagonista de la cinta había reproducido una de sus escenas y apaleado a un anciano marginal hasta matarlo. Nos negamos a aceptar que Kubrick fuera el responsable de tal conducta. El cine, dijimos, no es otra cosa que el retrato de la realidad; culpar al cine de la violencia es negar la responsabilidad de una sociedad enferma de violencia.
El debate sigue vigente hoy, pero la respuesta no es tan sencilla. No es ya una cuestión vinculada a un medio de comunicación. Es el planeta entero interconectado. La pregunta sobre el huevo y la gallina no tiene sentido, todo está mezclado, todo es parte del mismo mar sangriento. La decapitación de un rehén grabada en directo y transmitida por internet, los asesinatos de Guerrero en México, los coches bomba en decenas de lugares, las torturas en centenares de prisiones, las masacres cotidianas en África, la muerte cabalgando sin freno a manos de tiranos despiadados, los secuestros masivos de niñas por grupos terroristas, los secuestros exprés en cualquier ciudad, los ajustes de cuentas ejecutados por sicarios adolescentes, los asesinatos de mujeres víctimas de la violencia familiar, la esclavitud sexual de menores de edad, las esclavitud en todas sus formas…las recetas para violar, torturar y matar que se encuentran en cualquier página web, la pedofilia en red, los videojuegos cuyo tema estrella es el crimen explícito y multicolor, las series de televisión, las películas, los mensajes en las redes sociales, la amenazas por el facebook...
Aquella frase de que “La vida no vale nada” es hoy –también– una definición filosófica. Si sirve de consuelo, la monstruosidad del ser humano, descrita sin disfraces por los grandes creadores artísticos de todos los tiempos, no es nueva, no es peor, ni siquiera es más que en el pasado, es que como nunca antes nos enteramos en “tiempo real” de los mayores horrores que ocurren en cualquier rincón de la geografía mundial. No es este mundo más desgraciado que el de ayer, es que hoy nada se oculta al ojo implacable del “gran hermano”.
Es por todo ello que la náusea que genera la violencia sólo puede ser respondida con una decisión inclaudicable de luchar por los valores esenciales, el mayor, el valor sagrado de la vida. Aunque parezcamos derrotados, fortalecer los valores humanos y la conciencia crítica de todos es el único camino para responder con una cultura de paz y de respeto a los derechos humanos, a esta avalancha de destrucción masiva que un planeta con siete mil doscientos millones de habitantes siente con más intensidad que nunca.
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