Abriendo el apetito
Abriendo el apetito
Fray Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- Estamos en la segunda semana de Adviento. Al llegar diciembre, todo creyente como no creyente sabe muy bien que en este mes celebramos la Navidad, aunque no sepa bien qué es en realidad el centro de este acontecimiento, y comienzan ya los preparativos familiares, sociales, festivos, regalos, propios de esta gran fiesta. Nuestra vida está llena de preparativos que vienen a ser como abrir el apetito. ¡Cuánto tiempo nos pasamos preparándonos! Cuando no hay buena preparación se puede arruinar la fiesta. La Iglesia sigue invitándonos a preparar la fiesta de Navidad.
La Iglesia no se cansa de convocarnos a una preparación espiritual para poder llegar a la Navidad de Jesucristo con el ánimo lleno de fe en la bondad de Dios que quiere enriquecernos con su presencia humana, para hacernos partícipes de la vida divina. La liturgia de este tiempo nos invita a la escucha de la Palabra de Dios, a la reflexión partiendo de la Palabra y a una mayor dedicación a la oración. Esto es indispensable si el cristiano quiere ser enriquecido con esta vivencia de Dios que viene hacia nosotros. ¡Pocas personas cristianas dedican una media mañana de retiro u oración como preparación a la Navidad!
El Adviento nos convoca a ejercitarnos en el hambre de Dios. El objetivo es crecer en el amor a Dios, en el deseo de que Dios esté mucho más en nuestro corazón. La palabra EMMANUEL que se oye en Adviento y Navidad significa: “Dios con nosotros”. Navidad es esto, Dios que quiere estar con nosotros, con su gracia, su amor, con su luz. Dios viene al mundo a implantar su Reino. Aunque la decisión parte de Dios, la salvación viene de Dios, nosotros tenemos que preparar su venida. Aunque Dios viene sin avisarnos, pudiera entrar dentro de nosotros, no lo va a hacer sin pedir permiso. Él compara su llegada a la de un ladrón, sólo por el elemento de sorpresa, no porque quiera entrar a la fuerza. El Señor sigue llamando a la puerta.
Mañana, solemnidad de la Inmaculada Concepción, celebramos cómo el Señor preparó a María –desde el momento de su concepción– librándola, como excepción, del pecado original. ¡Qué bien lo expresa el evangelista en su evangelio, llamándola la favorecida, la llena de gracia! Ella, la Inmaculada Concepción, es la plenitud de la gracia divina, la totalidad de la posesión divina, la complacencia del Padre en María, desde siempre y para siempre. No obstante esto, Dios pidió permiso para entrar en su seno sagrado y hacerle Madre Dios. María fue madre por obra de Dios y porque ella respondió SÍ al llamado de Dios. Hoy, también el Señor en este tiempo de Adviento, de manera especial, nos llama nuevamente a vivir los tiempos nuevos del Reino de Dios, a acoger de lleno la vida de la gracia, desterrando de nosotros el pecado. Con María celebramos la inauguración de la nueva era en la relación de Dios con la humanidad. María no es la única, sino la primera salvada, llena de la gracia; la excepción está en que para Ella fue desde el momento de la concepción, para nosotros desde el bautismo.
El mensaje de este segundo domingo de Adviento nos ayuda a prepararnos con gozo para la celebración de la Buena Noticia de la Navidad. Igualmente a celebrar a María Inmaculada, llena de la gracia de Dios en previsión de los méritos de Cristo, Redentor y Salvador de todos. Es necesario dejarnos convencer por este misterio pletórico de Buena Noticia. Nosotros necesitamos que se nos dé ánimos, como nos dice el profeta Isaías: “Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice el Señor” y también estas otras palabras: “No temas, alza la voz y di a todos”. La venida de Cristo, hace 2.000 años, en su Nacimiento, fue sólo la inauguración de un proceso que todavía no ha terminado.
A la vez que escuchamos unas palabras consoladoras son también palabras de exigencia a la conversión: “Preparen los caminos del Señor”. La espera del Señor, la preparación a la Navidad, no es una espera pasiva, es una esperanza activa. Es necesario trabajar. Prepararnos para la venida del Señor, como nos viene pidiendo el Papa Francisco en forma reiterada. El profeta Isaías y Juan el Bautista siguen haciendo resonar su voz profética en medio del desierto, en un mundo ausente de Dios, que prescinde de Dios, de lo espiritual y transcendente, que quiere un distanciamiento de Dios, un cristianismo a la carta y que olvida el sacrificio, la penitencia, la oración. Hay muchas voces que llegan a todos, la ventolera de mensajes que buscan el actuar misericordioso de la Iglesia, rostro de Cristo. En el Adviento se tiene que ver más claro que todos los cristianos somos discípulos misioneros de los valores del Reino, que es reino de amor, de santidad, de justicia. El apóstol Pablo nos dice: “Procuren que Dios los encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables”.
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