RESOLANA
Morir para existir
Morir para existir
Carmen Beatriz Ruiz.- No es ninguna novedad ni a estas alturas escandaliza a nadie que la desdicha humana hace noticia. Las guerras y sus cotidianas tragedias son voces, imágenes y tinta cotidiana en los medios de comunicación y, en cierto modo, ya parecemos tan acostumbrados a ser espectadores pasivos del dolor colectivo que termina por sernos rutinario.
Con las tragedias individuales, sin embargo, ocurre algo que parece distinto. Aparentemente la miseria o la desventura representada en una persona de carne y hueso nos convocan más sentimientos y la capacidad de condolernos. Por ello seguimos las pistas y las secuencias de un secuestro, un asesinato o una violación… hasta que un nuevo suceso aparece en las primeras planas.
Pero, a veces detrás de una historia de infortunio que parece individual saltan las dimensiones reales de los males de la sociedad. Como está pasando estas semanas en la ciudad de La Paz con el abandono, presunto maltrato, enfermedad y muerte del bebé Alexander. Un verdadero vía crucis.
No es sólo el origen, por ser el niño hijo de padres alcohólicos, incapacitados de cuidarlo o mínimamente de hacerse cargo de él. También es el hecho de haber sido internado en una institución que malvive con la responsabilidad que el Estado le ha encomendado. Como éste, hay numerosos hogares que, si bien es cierto que cuentan con unos cuantos ítems para el personal básico, un lugar de acogida y los fondos mensuales para la compra de alimentos, están bajo el signo de tener lo mínimo de lo básico. Aparte de lo esencial para la sobrevivencia no suelen contar con fondos para hacer trámites, para atención médica o para reforzamiento escolar, por ejemplo.
Hay centros para adolescentes infractores que encierran por años a quienes tuvieron la desgracia de caer allí en una redada, extraviados en la ciudad en un viaje de los padres o sencillamente escapados momentáneamente de algún castigo o malquerencia familiar. Hay testimonios verdaderamente dramáticos de funcionarias que se quejan de no contar con los recursos institucionales para investigar el paradero de los padres biológicos o sustitutos. Hay equipos para el entrenamiento ocupacional, que alguna vez fueron nuevos y modernos, durmiendo y acumulando polvo y óxido, donados por alguna embajada o institución de cooperación, sin que lleguen nunca a funcionar porque no hay recursos para comprar los insumos. Y hay hospitales y centros médicos con personal pero sin medicamentos ni instrumentos para atender a los eventuales pacientes.
El Estado y sus autoridades no están cumpliendo con el mandato constitucional que les compromete a garantizar el cuidado de quienes no tienen la oportunidad de una familia si no asumen que su responsabilidad pública no acaba con el cemento de un edificio o una cancha, sino que son imprescindibles la dotación de insumos y la fiscalización de la calidad de la atención.
Mientras eso no suceda, las mil y una historias desconocidas de otros niños y niñas seguirán ocurriendo y, de vez en cuando, las y los ciudadanos nos estremeceremos de pena y de miedo… sin poder hacer nada más. Es horroroso que Alexander exista para nosotros, contradictoriamente, cuando ha muerto.
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