LA LUZ Y EL T�NEL
Ideolog�as y raz�n de Estado
Ideolog�as y raz�n de Estado
R�ger Cortez Hurtado.- �En qu� se asemejan la dictadura chilena y el presente gobierno de ese pa�s?
Se creer� que es necesario extremar recursos, o m�s bien forzarlos, para encontrar paralelos entre las gestiones de Pinochet y de la actual presidenta de Chile, puesto que al examinar el significado y trayectoria de sus principales figuras, todo tiende a alejar sus identidades e im�genes, hasta el punto de mostrarlas como representaciones de lo intr�nsecamente antag�nico.
No faltan razones para asumirlo as� ya que, sin ir m�s lejos, todav�a no ha transcurrido un mes desde que, con la parsimonia que da su sello propio a la justicia chilena cuando investiga a los dictadores, un juez ha osado dictar sentencia contra dos coroneles por haber torturado hasta la muerte al general Alberto Bachelet, padre de la Mandataria (el fallo no usa el t�rmino torturas, sino "apremios ileg�timos�, en el l�xico legal vigente en ese pa�s).
Lo discreto del lenguaje judicial y la levedad de la sentencia (tres a�os para uno de los ancianos oficiales y dos para el otro) no apagan la importancia del fallo, porque levanta un dedo que apunta como homicida a todo el Alto Mando de la �poca, incluida su m�xima autoridad.
�se es apenas uno de los puntos de la abismal l�nea que separa a Augusto Pinochet y Michelle Bachelet en casi todo� excepto en un tema que aproxima las visiones y los actos de sus gobiernos. Ese vaso comunicante es la pol�tica internacional chilena y, particularmente, su manera de encarar la "cuesti�n boliviana�.
Me toc� apuntarlo antes, al analizar la reacci�n estatal chilena frente a la presentaci�n de la demanda boliviana en la Corte de la Haya, y ese enfoque fue criticado por quienes creen que es un exceso equiparar al equipo y acciones de Pinochet con los de Bachelet.
Pero, lo cierto es que la "raz�n de Estado� y el nacionalismo que gu�an los pasos de los ocupantes actuales de la Moneda es indiferenciable de los que marcaron el paso de la mayor parte de sus antecesores y de la dictadura. Los matices ideol�gicos que algunos quieren o esperan ver no asoman por ning�n lado y, en cambio, prima el reflejo descalificador, que falsifica la naturaleza del reclamo boliviano, present�ndolo como una amenaza contra un supuesto e inconmovible orden universal que colapsar�a, sumergiendo al planeta en un caos �m�s pronto y terrible del que apresuramos a diario con nuestro suicida comportamiento contra la naturaleza.
Al menos en el tema boliviano, la huella de Salvador Allende se ha desvanecido en las pr�cticas del que fuera su partido.
Nada muy original, realmente, si recordamos que en julio del a�o pasado, la etiqueta socialista del Gobierno franc�s no resguard� a la comitiva oficial boliviana, ante la orden estadounidense de acosarla, con el pretexto de que contrabandeaba en su equipaje a Edward Snowden.
Las credenciales hist�ricas del principal partido gobernante chileno entran en suspenso todas las veces que su Canciller�a exhibe una minuciosa intolerancia hacia el menor comentario que pueda interpretarse, como, inclusive, el m�s peque�o respaldo a la posici�n boliviana.
Como prueba, est�n las exhibiciones del m�s destemplado malhumor con el ministro de relaciones internacionales de Per�, o Jos� Mujica, y ahora puede tocarle a Jeffrey Sachs, el acad�mico estadounidense, quien ha quedado a la izquierda del r�gimen, al sugerirle que modifique su actitud beligerante.
No es preciso ser un militante internacionalista para enfocar las relaciones con Bolivia de otro modo; basta el m�s simple apego al derecho internacional para destrabar las negociaciones sobre el cumplimiento cabal de nuestros derechos de tr�nsito, o el pago por las aguas del Silala y, mejor todav�a, buscar una f�rmula conveniente para que Chile, Bolivia y Per� podamos cerrar, al fin, las heridas de guerra, antes de que la Corte Internacional se pronuncie.
Por ahora, la maldici�n de la raz�n de Estado, el impuesto al nacionalismo �de cualquier estirpe, pero aqu� de la peor� y los delirios de erigirse en "potencia� (sin importar lo mezquina y tambaleante que sea semejante potencia) descascaran all� y aqu�, los barnices ideol�gicos y los discursos sobre justicia, integraci�n o simple entendimiento de los pueblos.
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