Sábado, 13 de diciembre de 2014
 

LA LUZ Y EL TÚNEL

Ideologías y razón de Estado

Ideologías y razón de Estado

Róger Cortez Hurtado.- ¿En qué se asemejan la dictadura chilena y el presente gobierno de ese país?
Se creerá que es necesario extremar recursos, o más bien forzarlos, para encontrar paralelos entre las gestiones de Pinochet y de la actual presidenta de Chile, puesto que al examinar el significado y trayectoria de sus principales figuras, todo tiende a alejar sus identidades e imágenes, hasta el punto de mostrarlas como representaciones de lo intrínsecamente antagónico.
No faltan razones para asumirlo así ya que, sin ir más lejos, todavía no ha transcurrido un mes desde que, con la parsimonia que da su sello propio a la justicia chilena cuando investiga a los dictadores, un juez ha osado dictar sentencia contra dos coroneles por haber torturado hasta la muerte al general Alberto Bachelet, padre de la Mandataria (el fallo no usa el término torturas, sino "apremios ilegítimos”, en el léxico legal vigente en ese país).
Lo discreto del lenguaje judicial y la levedad de la sentencia (tres años para uno de los ancianos oficiales y dos para el otro) no apagan la importancia del fallo, porque levanta un dedo que apunta como homicida a todo el Alto Mando de la época, incluida su máxima autoridad.
Ése es apenas uno de los puntos de la abismal línea que separa a Augusto Pinochet y Michelle Bachelet en casi todo… excepto en un tema que aproxima las visiones y los actos de sus gobiernos. Ese vaso comunicante es la política internacional chilena y, particularmente, su manera de encarar la "cuestión boliviana”.
Me tocó apuntarlo antes, al analizar la reacción estatal chilena frente a la presentación de la demanda boliviana en la Corte de la Haya, y ese enfoque fue criticado por quienes creen que es un exceso equiparar al equipo y acciones de Pinochet con los de Bachelet.
Pero, lo cierto es que la "razón de Estado” y el nacionalismo que guían los pasos de los ocupantes actuales de la Moneda es indiferenciable de los que marcaron el paso de la mayor parte de sus antecesores y de la dictadura. Los matices ideológicos que algunos quieren o esperan ver no asoman por ningún lado y, en cambio, prima el reflejo descalificador, que falsifica la naturaleza del reclamo boliviano, presentándolo como una amenaza contra un supuesto e inconmovible orden universal que colapsaría, sumergiendo al planeta en un caos –más pronto y terrible del que apresuramos a diario con nuestro suicida comportamiento contra la naturaleza.
Al menos en el tema boliviano, la huella de Salvador Allende se ha desvanecido en las prácticas del que fuera su partido.
Nada muy original, realmente, si recordamos que en julio del año pasado, la etiqueta socialista del Gobierno francés no resguardó a la comitiva oficial boliviana, ante la orden estadounidense de acosarla, con el pretexto de que contrabandeaba en su equipaje a Edward Snowden.
Las credenciales históricas del principal partido gobernante chileno entran en suspenso todas las veces que su Cancillería exhibe una minuciosa intolerancia hacia el menor comentario que pueda interpretarse, como, inclusive, el más pequeño respaldo a la posición boliviana.
Como prueba, están las exhibiciones del más destemplado malhumor con el ministro de relaciones internacionales de Perú, o José Mujica, y ahora puede tocarle a Jeffrey Sachs, el académico estadounidense, quien ha quedado a la izquierda del régimen, al sugerirle que modifique su actitud beligerante.
No es preciso ser un militante internacionalista para enfocar las relaciones con Bolivia de otro modo; basta el más simple apego al derecho internacional para destrabar las negociaciones sobre el cumplimiento cabal de nuestros derechos de tránsito, o el pago por las aguas del Silala y, mejor todavía, buscar una fórmula conveniente para que Chile, Bolivia y Perú podamos cerrar, al fin, las heridas de guerra, antes de que la Corte Internacional se pronuncie.
Por ahora, la maldición de la razón de Estado, el impuesto al nacionalismo –de cualquier estirpe, pero aquí de la peor– y los delirios de erigirse en "potencia” (sin importar lo mezquina y tambaleante que sea semejante potencia) descascaran allá y aquí, los barnices ideológicos y los discursos sobre justicia, integración o simple entendimiento de los pueblos.